Sumario: Una tentadora propuesta y el último sí

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Helloooooo people!

Empecé esta historia hace un millón de años, la subí a Fanfic.es y nunca la terminé. Este año vengo decidida a ponerle un punto y final. Tengo alrededor de 50 capítulos hechos y solo me queda escribir los finales.

Solo tengo que deciros que leais el prólogo. Y la sigais si os interesa, claro. Está mal que lo diga porque soy la autora y de hecho le tengo mucho cariño a la historia y los personajes, pero creo que merece la pena darle una oportunidad.

Espero que os guste, de corazón. 

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Todos los adolescentes son dados a tener problemas. Es un defecto de fábrica que aparece en esa época y empeora con el paso de los años, a medida que aumentan sus responsabilidades.

Pero Alyson Aimable contaba, desde donde le alcanzaba la memoria, con el doble de quebraderos de cabeza que una jovencita normal para tener tan sólo dieciséis primaveras. Y eso se debía a que, además de lidiar con sus propios problemas, la joven acarreaba también con los de los demás. Su naturaleza altruista le llevaba a brindar ayuda a cualquiera que la necesitase.

Digamos que de buena llegaba a ser tonta.

Eso es algo atípico en los adolescentes de hoy día, quienes en su mayoría se consideran el ombligo del mundo. Pero para ella era de lo más natural. Hasta que le conoció a él.

Para que entendáis mejor, os contaré su historia. La historia de ambos.

Alyson era una chica francesa que gracias a una beca había conseguido cruzar todo el océano Atlántico hasta Norteamérica, más concretamente, Carolina del Sur. Y para mayor especificación: Charleston; apodada "La ciudad sagrada".

Oh, sí, ella. Una sencilla joven de un pueblo francés que ni siquiera merece ser mencionado (y aunque lo hiciese no sabríais dónde se encuentra sin la ayuda de un mapa bastante preciso) llegó por azares del destino a la ciudad más antigua y la segunda más grande de todos los Estados Unidos, para comenzar a estudiar en la escuela privada Porter-Gaud, a orillas del río Ashley.

La antigua Academia militar de Porter se había fusionado con la escuela Gaud, que tenía tenía lazos históricos con la Iglesia Episcopal, según se había informado la chica sobre su nueva escuela mientras iba en el avión, para matar el aburrimiento de las tediosas horas del viaje. En resumen: era una institución religiosa. Eso encajaba perfectamente con Alyson, puesto que ella nació en el seno de una familia pobre encabezada por unos padres que se habían esmerado en inculcarle los valores evangelistas a su única hija. Gracias a esta educación, ella había crecido siendo una chica tan amable y desinteresada a la que con sólo un día de estancia en la Academia ya le habían adjudicado la fama de ser una "santa" que se dejaría la piel cuando se tratara de ayudar a alguien. Y nada más cercano a la verdad; eso es precisamente lo que Alyson era.

Pero, pese a lo ingenua que parecía, ella sabía bien que algunos de sus prójimos se aprovechaban de ella. Por eso, al haberse ganado esa reputación incluso siendo recién llegada, Aly quería acabar con la situación que estaba por comenzar. Ya veía venir a la gente hacia ella con cara de angustia, para confesarle sus más profundos demonios internos... ¡Ni que fuera psicóloga!

Ella estaba cansada, en un aparte, de anteponer continuamente sus propios deseos para satisfacer los de los demás.

¡Yo te ayudo!, era la frase que acababa en su repertorio de reiteración lingüística por lo menos diez veces al día; como mínimo.

Hastiada de su forma de ser, no tardó en sucumbir a la oferta de uno de sus nuevos compañeros de clase, el de peor reputación.

Puedo ayudarte a cambiar. Acepta si de verdad quieres dejar de parecer estúpida.

Eso fue lo máximo para ella: la puerta celestial que le abriría paso al cielo de un curso sin ejercer de alivia-penas. Aquél chico le estaba otorgando la llave a su propio paraíso personal. Era la oportunidad para empezar una nueva vida en un nuevo sitio. No iba a desaprovecharla pero, al fin y al cabo, todo tiene un precio, y el de ese chaval fue que ella le diera clases particulares indefinidamente. Tanto como durasen sus clases, sería el tiempo que él le enseñara sobre la vida fuera de la religión.

Y lo mejor de todo era que, por una vez, ella también salía beneficiada ayudando a otro. No sólo se sentiría dichosa por contentar los intereses de otra persona, ella también iba a alcanzar la felicidad en la satisfacción personal.

Pero, las personalidades antagónicas, aunque se atraigan implacablemente, también son propicias a confrontarse. El Malote y la Santita habían unido fuerzas; menuda combinación. ¿Qué surgiría de esto?

Él necesitaba pasar de curso y ella debía dejar de decir que sí a todo.

Comenzaba un año prometedor e interesante para ambos, aunque en el mismo momento en que se conocieron no lo supiesen.


Cuando el cielo baja al infierno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora