12: Mujeriego

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Alyson súper guapa y súper arreglada arriba.

XXX

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Qué estúpido es dejar llevarse por la opinión de los demás, pensó Aly.

Estaba increíblemente nerviosa a su pesar cuando vio aparecer un par de ojos impactantes, casi negros, en el espejo, junto a ella.

Sin darse cuenta, se había erguido cuán larga era. Aunque su altura no era muy impresionante en comparación a la de Zac. Lo que quedó demostrado cuando él avanzó la distancia que les separaba y se colocó a su costado en menos de lo que había tardado en abrir la puerta.

Alyson no se había esperado eso. Pero mucho más se sorprendió de lo que él hizo a continuación. Como quien no quiere la cosa, el joven alargó un brazo alrededor de su cintura y la acercó más a él. Quedaron tan pegados que Aly sintió el calor corporal del chico. Calor que subió hasta su propio rostro. No se veía en el espejo, pero por dentro estaba sonrojada. Notaba que le ardían hasta las orejas. No pudo ni hablar.

–Hacemos buena pareja, ¿no crees, Santita? –comentó Zac, con una sonrisa torcida que rompía la seriedad con la que había formulado su pregunta.

Pero, solo por esas palabras, Aly olvidó hasta su nombre. Atrás quedaron todos los malos (o buenos, según se mirara) ratos que este incomprensible muchacho le había hecho pasar. Atrás también toda su anterior vida en Francia y la que estaba viviendo en Charleston, al igual que la extraña charla de aquella tarde en la que se mezclaban el problema de su medio hermano con el alcohol y aquel hombre que era su abuelo adoptivo del que nunca había oído nada. Ya no existía ningún secreto, ninguna barrera, tampoco vergüenzas ni complicaciones. Era todo tan claro que asustaba.

Le gustaba.

Aunque había intentado suprimir lo que sentía, Zac estaba empezando a gustarle.

Una cosa era la atracción, pero aquello eran palabras mayores.

Por un momento, se quedó callada considerando lo que el chico había dicho, al parecer sin mala intención. Sí, quedaban bien así. ¡Hasta ella podía verlo! Y la idea le entusiasmaba a su pesar.

Zac, Dios, parecía uno de esos adonis de los que tanto hablaba la maestra de Arte. Totalmente perfecto en su esmoquin de color negro, clásico. ¿Cómo podía ser tan guapo hasta salirse de lo común, si en realidad no tenía nada de especial?

Pese a todo, Aly sentía que no estaba a la altura del muchacho. El amor propio que se había hinchado dentro de ella cuando se miró al espejo y no se reconoció a sí misma, se esfumaba ahora. Oh, por favor, que alguien le quitara ese complejo de inferioridad. ¿Cómo iba a ser mejor que ella un pervertido que nunca miraba por el bien de los demás y trataba de batir un record personal de conquistas, pisoteando de paso corazones, además de beber como un cosaco e ignorar a su familia casi por completo? No, definitivamente Alyson tenía que abrir los ojos.

No le gustaba nada buscar defectos a la gente. Pero corría peligro de que Zac pusiera si mundo patas arriba y necesitaba subir sus defensas.

Entonces chasqueó la lengua con los dientes como había visto hacer alguna vez a Elena. No era tan difícil y el sonido le salió muy claro.

Se deshizo de Zac rápidamente, aprovechando ese arrebato de valor, y después cruzo los brazos mientras le miraba de frente.

–Quedarías mejor con... –no se le ocurrió nada inteligente que decir en tan poco tiempo, por lo que acabó sintiéndose idiota– otra. Así que búscatela.

Uf, menos mal que en el final había conseguido remendarlo un poco.

Zac no dejó de sonreír y los ojos de Aly estaban fijos ahí, en la curva que hacían sus labios. No era el mejor sitio donde ponerlos, considerando lo tentadores que eran...

Cuando el cielo baja al infierno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora