50: Cupcakes de fresa

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Alyson se quedó mirando el pequeño círculo plateado, con un pequeño diamante coronándolo, como si acabara de ver un fantasma.

Era un anillo de compromiso, Santo Dios.

No le quedaba ni rastro del sueño. Aly estaba despierta y a cuadros.

En la caja que Zac le mostraba podía ver grabadas las palabras Tiffany & Co, al igual que en la cara interna del anillo. Madre mía, además era carísimo.

–No nos casaríamos inmediatamente, por supuesto –agregó Zac cuando vio la cara que puso la chica–. Serías mi prometida hasta que... llegara el momento perfecto. Quiero poder decir que eres más que mi novia. Llevo tiempo dándole vueltas y sé que eres o tú o ninguna, Aly. Esto es del tipo de para toda la vida. Tú eres religiosa, entiendes lo que digo. Sé que discutiremos, que será una relación complicada a veces... Pero no me importa. Podemos con todo. Te cuidaré, te protegeré y te amaré hasta que la muerte nos separe. Somos jóvenes pero lo tengo claro.

>>Alyson, quiero que seas mía. Mía completamente. Con mi apellido, teniendo mis niños. Siendo la mujer de mi vida.

Aquellas palabras dejaron un regusto cálido en el pecho de la joven.

Había algo mágico en este momento... Pero no sabía qué pensar.

Lo más fuerte era que podía verlo. Podía ver un futuro con Zac. Sabía que eran capaces de conseguirlo. Sabía lo que podía esperar de él. Mucho amor, una aventura cada día, casi matarse pero reconciliarse a lo grande, sorpresas, flores y corazones, y diversión y locura y fuego. Eso era todo lo que era Zac.

Sabía que no podría pedir más, porque él era todo lo que siempre había deseado. Lo tenía claro, sí.

Aunque... ¿había algún motivo más por el que el chico estuviera pidiéndoselo ahora? ¿Tenía que ver con la aparición de su exnovio? ¿Con el abuelo metomentodo? ¿Con ambas cosas? Ella no quería casarse más que por amor.

Y aún así era demasiado precipitado. Solo llevaban unos meses juntos, por Dios.

–Y tendremos los hijos más guapos nunca vistos –comentó él ante el silencio de su novia.

Alyson sabía que estaba intentando hacerla reír. Bueno, reaccionar.

Pero solo pudo quedarse mirando los ojos color chocolate del chico sin encontrar una respuesta apropiada para su proposición.

–Cariño, di algo. Me estás poniendo nervioso.

Si lo estaba, no lo parecía.

Esa sonrisa de suficiencia tan característica suya surcaba el rostro masculino. La que le dejaba entrever que tenía claro que ella no podía decirle que no a nada.

Aly se aclaró la garganta y probó a hablar, sin confianza en que le saliera la voz.

–No.

Una sombra cruzó la cara de Zac. Aunque su sonrisa empequeñeció casi imperceptiblemente, no la perdió del todo.

–¿Qué?

Alyson se miró las manos, cruzadas sobre el vientre. Le temblaban horrores.

–No, Zac. No puedo decirte que sí.

Esta vez al chico se le borró la sonrisa.

¿De verdad había esperado una contestación positiva? Alyson era demasiado razonable para eso. No era tan impulsiva como él. El muchacho debería de haberlo sabido.

Cuando el cielo baja al infierno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora