34: A dos pasos del infierno (Censurada)

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Habían tenido mucha suerte: eran los únicos que estaban en la casa.

Zac comenzó a avanzar rápidamente hacia la otra punta del pasillo, sin dejar de besarla, y ella tuvo que ingeniárselas para hacer lo mismo caminando hacia atrás. De repente su espalda chocó contra algo. Los labios hambrientos de Zac ahogaron el gemido de dolor que se le escapó.

Él tenía a la chica donde quería: atrapada entre su cuerpo y una barrera, -la puerta de su habitación, que se había cerrado por una corriente de aire.

Ninguno de los dos podría resistirse. Con ese pensamiento en la cabeza, el muchacho encontró el pomo mientras devoraba su boca. Ambos entraron en el cuarto de sopetón. La puerta golpeó la pared con fuerza. Si había dejado marca, no importaba. En ese momento solo tenía importancia llegar a la cama, o acabarían haciéndolo ahí mismo. No era que eso fuera un problema para Zac, pero seguro que para la joven sí.

Aly se encontró tumbada en su cama con él a horcajadas sobre ella. Zac dejó de besarla poco a poco, como si le costara liberar sus labios. La acomodó mejor en el centro del colchón antes de mirarla a la cara. No parecía asustada, como las veces anteriores que... se habían puesto intensos.

Estaba preparada. Sería suya. Quería tanto que lo fuera.

El deseo en los ojos de la chica era un reflejo del que se podía encontrar en los castaños del chico. Eso solo le excitó más, y hubiera apostado cualquier cosa a que a ella también. Incluso su paquete, convencido de que no lo habría perdido. Y vaya que en ese momento lo necesitaba.

Los labios entreabiertos de Aly, que lucían de un tenue tono rojizo, clamaban su atención en silencio y él no iba a hacerles esperar. El aliento se entremezclaba en los escasos centímetros de distancia al mismo tiempo que el sonido de las arrítmicas respiraciones. Volvió a besarla, con más suavidad que antes, conteniéndose por poco tiempo mientras pasaba la mano por el cabello rubio que se extendía en la almohada. Sintió cada mechón fino y suave deslizándose entre sus dedos. Hasta eso podía ponerle más a tono.

Sus caricias dejaron de ser delicadas y fueron copiadas por Aly, quien no tardó en recorrer su torso por debajo de la camiseta hasta que al final acabó apartándola de su cuerpo.

La temperatura subía cada vez más, otra vez.

El cuerpo de la muchacha se acoplaba al de él, frotándose ligeramente el uno contra el otro, y eso le estaba volviendo loco. Solo había esperado una respuesta así de ella en sus mejores fantasías, pero la vida real era mucho mejor.

Gruñían y jadeaban de pasión contra la boca del otro, volviéndose casi animales. Aunque era su primera vez juntos, no era tierna sino todo lo contrario, y no era que les importara.

Aly estaba jugando con el botón de los vaqueros del chico cuando él introdujo una mano por debajo de su falda y dejó de poder concentrarse.

Zac encontró el borde de las braguitas y empezó a bajarlas con ayuda de la otra mano. No podía esperar más. Cuando las miró y vio que eran blancas esbozó una sonrisa. Eso era tan... Alyson.

Manos por todos lados, que borraron cualquier duda que a la chica le hubiera entrado.

–No tienes escapatoria, Santita –gruñó Zac; ella parpadeó extrañada ante el apelativo–. ¿Sientes el calor del infierno al que te estoy arrastrando?

Su tono era divertido. Estaba disfrutando de avergonzarla. Ella procuró encontrar la voz. Al principio tenía pensado mandarle callar para poder disfrutar por completo, pero se le ocurrió otra idea.

–Ahora... –jadeó– mismo este... ah... infierno es mi... mi cielo.

Ahora era suya. Siempre lo sería.

Todo fue tan intenso, incomparable con cualquier otra experiencia.

Ambos eran dos seres fundiéndose, intentando compactar sus cuerpos en uno solo. Aly echó la cabeza hacia atrás mientras notaba el movimiento por dentro y por fuera de su cuerpo. Mientras él se sumergía en ella, hasta lo más hondo. Clavó las uñas en la espalda de Zac cuando éste último se dispuso a crear más marcas de chupetones en el cuello de la muchacha, que se exhibía para él.

La actual pasión era más de lo que ninguno de los dos podía soportar. Subió el ritmo, subió el calor, subieron sus cuerpos... Y todo acabó; ambos llegaron a la cumbre.

Cuando terminaron, sobraban las palabras.

Los dos habían tenido uno de los orgasmos más memorables de sus vidas.

–Santa madre –exhaló Zac, dejándose caer sobre ella–. Alyson...

Se concentraron en seguir respirando, en recuperar el aliento. Aly sentía el sudor por cada poro, creando una película. Puso empeño en que su respiración recuperara su cadencia normal, pero antes de lograrlo, sin salir de ella todavía, Zac la volvió a besar. Suave al principio; un casto pico por encima de los labios, que comenzaron a amoldarse y corresponderse, que crearon otra vez una burbuja en donde sólo estaban ellos dos con su pasión.

Una nueva ronda comenzó.


Cuando el cielo baja al infierno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora