28: Un millón de cicatrices

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–Una de ellas, no mi abuela –aclaró Zac con una sonrisa burlona–. Mi abuelo siempre ha sido muy mujeriego y cuando quitó a mi abuela de en medio más, porque no tenía que esconderse. Pero digamos que tiene un sentido del honor muy particular. Y cada mujer que él tocaba solo podía ser suya. Es un viejo asqueroso con dos caras.

Alyson se había quedado pasmada. Antes de poder contenerse, exclamó:

–¿Por eso te echó de la casa?

Se sintió empalidecer al segundo siguiente de haber pronunciado esas palabras. Cuando vio la confusión en los ojos del chico. Se llevó la mano a la boca de golpe, pero obviamente era demasiado tarde. Se le había escapado. No quería hablar de eso aún.

–Sí –contestó él, con tono de interrogación–. ¿Pero cómo te has enterado?

No valía la pena esconderlo. Zac no era tonto. Y le iba a costar una pelea con él si no decía la verdad. Aunque puede que acabaran mal de todas formas.

Se le había formado una bola de nervios en la garganta. Tragó saliva, pero no desapareció.

–Lo... lo sé todo. Me lo ha contado... Clary.

Estuvo tentada a cerrar los ojos por impulso cuando soltó la bomba. Pero los mantuvo abiertos, mirando fijamente a los de Zac.

El joven se había quedado inactivo. Lo que era alarmante. Ni parpadeaba. De repente, un cambio. Frunció el ceño.

–¿Qué sabes exactamente?

Ahí estaba lo que ella había temido: su furia. Y estaba visiblemente enfadado.

Alyson tomó una respiración profunda y soltó todo de carrerilla.

–Que tu abuelo es un mafioso. Tus padres huyeron juntos y firmaron un contrato. Sin querer, acordaron entregar a su hijo para ser jefe de la mafia italiana. Ése eres tú. En principio tendrías que haberte criado con él. Pero la fecha final de tu libertad se ha alargado hasta que cumplas dieciocho, porque te echó de casa por una razón que ahora ya conozco. Te hará casarte con alguien que no conoces, un matrimonio de conveniencia. Y no puedes escapar de él porque os tiene completamente vigilados y es muy peligroso. ¿Correcto...?

El color huyó del rostro de Zac. Se notó, porque su piel era morena.

Alyson quiso decir todo lo más claramente posible, pero no sabía si al chico le había ofendido algo. A ella le dolería que le resumiesen así su vida, como una serie de acontecimientos horribles. Y que encima acabarían peor.

Esperó a que el chaval reaccionara, pero se había convertido en un muñeco de cera.

Habría dado lo que fuera para que volviera en sí, o por lo menos para saber qué le estaba pasando por la cabeza.

No hay secretos.

Ese pensamiento le produjo a Zac un escalofrío.

Tenía que reconocerlo: un pequeño temor se estaba desarrollando dentro de él, el chico sin miedo, que solía mostrarse tan seguro de sí mismo. Siempre aparecía cuando sentía que estaba abriéndose demasiado a alguien. Era como un peso, un yunque en el pecho que le robaba el aire. Le parecía que, si alguien veía parte de su torturada alma, o conocía algo de su pasado y futuro, le cogería lástima. Le tratarían diferente. Le verían débil. Y además, le tendrían completamente en sus manos, porque sabrían demasiadas cosas de él.

Tenía miedo, miedo a ser traicionado. Miedo a perjudicar a alguien por su situación con el abuelo. Miedo a que hicieran daño a las personas que quería. Miedo a querer en exceso a alguien. Miedo de sí mismo.

Cuando el cielo baja al infierno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora