El fin de año de 1929 fue bastante triste. Ya no sólo por la ausencia de mi padre y por la cena austera, sino porque mi abuela se pasó todo el día asegurando que no iba a conocer el año siguiente.
Estaba enferma, y pasó la noche del 29 al 30 en cama y tosiendo, pero mi abuelo y mi hermano no hacían más que burlarse de ella.
—Vieja, eres una exagerada —rio mi nonno.
—¡Ya lamentarás tus palabras! —contestó ella muy indignada—. ¡Me llorarás cuando me muera!
—¡Ay, llévatela pronto, señor! —bromeó nonno Stefano.
—¡Nonno, no digas esas cosas! —protestó mi madre, aunque ella también reía en silencio.
—Siempre dices lo mismo, Nonna —dijo Matteo—. Estás más sana que un roble.
—Ay, este cuerpo ya no es lo que era... —se quejó a la vez que se envolvía mejor con la manta en la cama.
Para no dejar a la nonna sola en la habitación, llevamos la cena junto a su cama. Ella decía que no quería contagiarnos y que nos alejásemos, pero se veía que le había emocionado el gesto. Brindamos por un próspero año nuevo lleno de salud y en el que mejorase la situación económica del país.
***
—¿Qué tal está tu abuela? —preguntó Gio.
—Mejor —contesté mientras me colocaba bien el gorro para que me taparse las orejas—. Siempre pasa lo mismo: cada vez que pilla un catarro cree que la muerte viene a por ella.
Había nevado y hacía frío. Me daba mucha pena el pobre Jacob, que caminaba a nuestro lado con los zapatos empapados y agujereados. Ni siquiera llevaba un abrigo.
—¿Seguro que estás bien? —le preguntó Gio.
Jacob asintió, pero tiritaba y caminaba encogido. Entonces un olor delicioso llegó hasta nuestras narices.
—¿Lo oléis? —Gio sonrió—. Parece que algo se está cociendo en la de Catalano.
Corrimos hasta la pastelería del señor Catalano y observamos los pasteles desde el cristal del escaparate. Las cremas y natas nos hicieron salivar hasta que nuestros estómagos hambrientos formaron un coro.
Pero entonces, detrás de los pasteles, descubrí a una figura que se me antojó muy familiar. Caminé hacia el interior de la tienda sin poder evitarlo, seguido de mis amigos, que no comprendían qué hacía. Miré a aquel hombre de abajo a arriba y lo reconocí enseguida. Giovanni y Jacob tardaron un poco más, pero en cuanto lo hicieron, tiraron por mi brazo.
—Vámonos... —susurró Gio.
Entonces, el hombre se giró y me miró a la cara. Sonrió con cinismo.
—¿Qué ocurre, niño?
El tendero me hizo un gesto para que me largase corriendo, pero yo no me moví.
—¿Nos conocemos? —me preguntó.
Gio volvió a tirar por mi brazo.
La memoria del señor Bianchi pareció iluminarse:
—Eres el chico de Fabrizio Costa, ¿no?
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Little Italy
Historical Fiction🏅NOVELA GANADORA DE LOS WATTYS 2020 EN LA CATEGORÍA DE FICCIÓN HISTÓRICA «Me crié en Little Italy, en un pequeño apartamento de la calle Mott». Luca era un niño de tan solo siete años cuando su padre fue asesinado por un mafioso en 1929. Además de...