Después de aquel día, la actitud de mi hermano cambió. No dejó de escaquearse para ir a escuchar a Luciano Cirillo, pero sí que empezó a mostrar una especie de respeto. Llegaba a casa puntual, no protestaba cuando se le encargaban tareas y no se atrevió a despreciar a ningún miembro de nuestra familia nunca más. Se volvió muy callado y se guardaba sus opiniones políticas en casa, algo que todos agradecimos.
Por mi parte, Gio y yo nos fuimos haciendo cada vez más y más amigos de Anthony. Y no solo porque nos abriese muchas puertas y porque en su casa siempre hubiese algo rico que picotear, sino también porque nos resultaba simpático. Era un muchacho peculiar al que costaba entender, pero sus manías y rarezas nos resultaban graciosas, así que no teníamos ningún problema con él.
Nos lo pasábamos tan bien con Anthony, que poco a poco fuimos descuidando nuestra amistad con Jacob. Siempre había una excusa para no vernos y él no era tonto: sabía que le ocultábamos algo.
El día que lo descubrió, estábamos saliendo de ver Tarzán de los Monos (estrenada en 1932) en el cine. Las entradas las había pagado Anthony, obviamente. Estábamos tan entusiasmados, que ni siquiera nos dimos cuenta de que Jacob estaba allí hasta que empujó a Anthony.
—¡¿Era esto lo que me ocultabais?! —Casi lloraba del enfado.
—Jacob... —Estaba realmente sorprendido.
—¡Me habéis cambiado por...! ¡Por...! ¡Dinero!
—No, Jacob, tú no lo entiendes —intentó explicar Gio.
—No, lo entiendo perfectamente. —Se frotó el ojo derecho—. Yo no puedo llevaros al cine ni compraros pasteles. Él sí.
Él echó a correr hacia un callejón. Lo intentamos seguir, pero él era mucho más rápido. Además, nosotros ya nos habíamos acostumbrado a movernos por su territorio, pero Anthony avanzaba pesada y lentamente. Lo perdimos de vista.
—¿Quién era ese? —preguntó Anthony.
—Ese es Jacob, nuestro amigo —expliqué.
Anthony sonrió, contrariamente a lo que me esperaba.
—¡¿Y por qué no me lo habíais presentado?! —Se empezó a reír.
Gio y yo nos miramos. En aquel momento, no entendimos nada. No sabíamos por qué Anthony se mostraba tan interesado en conocer a un niño sucio y pobre como una rata que le acababa de empujar. Pero como ya dije en su momento: a Anthony le encantaba que lo retasen.
—¿No estás enfadado? —pregunté.
—¿Con él? En absoluto —respondió.
Entonces Jacob salió de detrás de unas cajas. Se había escondido. Anthony le tendió la mano con su más sincera sonrisa y él aceptó.
—Me llamo Anthony Williams.
—Yo Jacob. Solo Jacob.
Nos acercamos a ellos con timidez. En los ojos de Jacob vimos que seguía enfadado. Sabíamos que le debíamos una disculpa.
—Jacob, yo... —empecé.
—Nosotros —corrigió Gio— hemos sido unos cerdos. Lo sentimos.
Entonces él sonrió, enseñándonos los dientes. Tenía tan buen corazón, que los enfados se le pasaban enseguida.
—¿Qué ocurre aquí?
Nos dimos la vuelta. Era Helen, que regresaba a casa contando el dinero que le había quedado después de comprar un poco de pan y queso para la cena.
—Hacía mucho que no os veía juntos —añadió.
—Este es Anthony. —Lo presentó Jacob.
Helen lo miró de arriba a abajo, admirando su pulcro aspecto, su piel pálida, su cabello claro y sus manos libres de callos. Sabía reconocer a un rico cuando lo tenía ante ella.
—No debería estar aquí.
Su respuesta nos sorprendió: ella siempre era amable con todo el mundo.
—Es... un amigo —dijo Jacob.
—Y me parece muy bien, pero no es bueno que ande por aquí. Es peligroso para él, y no creo que sus padres se pongan muy contentos cuando se enteren de que ha recorrido estos callejones.
—No se enterarán —dije yo.
—Un niño con ropa tan cara llama mucho la atención.
Dicho esto, prosiguió por su camino.
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Anthony, que siempre se aburría con facilidad.
—Me apetece ir a escuchar las historias de Andrew —dijo Gio—. Hace mucho que no vamos.
—¿Quién es Andrew? —preguntó Anthony, con curiosidad.
—Eso es porque estabais en compañía de Rockefeller —dijo Jacob entre dientes.
—¿No estábamos en paz? —protesté.
—¡Perdona!
—¿Quién es Andrew? —repitió Anthony.
—¿Y dónde creéis que estará? —preguntó Gio, sin hacerle caso.
—Eran las siete cuando salimos del cine, estará mendigando —supuse.
—¡¿Me vais a decir quién es Andrew?! —gritó Anthony.
Los tres lo miramos y reímos.
—Es mejor que lo veas en persona —respondió Gio.
***
Por la noche me desperté con sed, así que me levanté a coger un vaso de agua. Al pasar por el salón, vi que mi madre se había quedado dormida en el sofá. Me acerqué a ella y me fijé en que sujetaba una foto entre sus dedos. Con mucho cuidado, se la quité. Era una foto de mi padre y de mi madre juntos. Él la abrazaba y ambos reían. Aquella mujer no se parecía en nada a mi madre. A ella le sobraban fuerzas, tenía ganas de comerse el mundo, mientras que mi madre estaba agotada. Apenas era capaz de sonreír desde la muerte de mi padre, y si lo hacía, era una sonrisa melancólica.
—¿Qué haces despierto? —susurró.
—No quería despertarte. Solo tenía sed —respondí.
Ella vio que había cogido su foto. Me tendió la mano para que se la entregase y así lo hice.
—Fabrizio era tan... único. —Sonrió con melancolía.
La observé en silencio hasta que no pude aguantarme más mi pregunta:
—¿Por qué lo mató el señor Bianchi?
Ella me miró a los ojos y me acercó con su brazo.
—Tu padre era un buen hombre. Demasiado.
—Siempre me dice lo mismo todo el mundo —me quejé.
—Porque es cierto.
—Mamma, necesito saber la verdad. Ya soy mayor.
—Solo tienes diez años. —Se rio.
—Por favor.
—No lo entenderías. Ya te lo contaré cuando seas mayor. Y ahora vuelve a la cama. Es tarde.
Obedecí a regañadientes, insatisfecho.
ESTÁS LEYENDO
Little Italy
Historical Fiction🏅NOVELA GANADORA DE LOS WATTYS 2020 EN LA CATEGORÍA DE FICCIÓN HISTÓRICA «Me crié en Little Italy, en un pequeño apartamento de la calle Mott». Luca era un niño de tan solo siete años cuando su padre fue asesinado por un mafioso en 1929. Además de...