—¿Y dices que los tenía helados? —preguntó Gio, muerto de curiosidad.
—Sí.
Le había contado la historia de camino a la casa de Helen. Cuando llegamos, Andrew estaba llamando a la puerta.
—¿No están? —preguntó Gio.
—¡Claro que están! —gritó muy fuerte para que lo oyeran desde el interior de la casa.
Llamó de nuevo.
—No tiene pinta —dije yo.
Pero nada más decirlo, Jacob se asomó a la ventana del piso de arriba.
—¡Vete! —A Jacob le costaba hablar de lo mucho que se reía.
—¡Dile a Helen que tengo dinero! —gritó Andrew, sonriente.
—¡No está en casa! —respondió.
—¡Ábreme la puerta!
—¡Dice que ni en mil años!
—¡Entonces está en casa, mentiroso!
Jacob se atragantaba con la risa. Entonces Helen se asomó a la ventana.
—¡Preciosa, ten compasión de este pobre cojo! —Andrew sonrió.
—De pobre no tienes nada, eres un zorro —contestó Helen.
—¡Pero mírame! Pobre de mí, pasando frío aquí fuera cuando podría estar calentándome entre tus suaves muslos...
—¡Argh, por Dios, Andrew!
—Para ser una puta, con qué poco te escandalizas...
—¡Andrew! —Intentó que no lo viéramos, pero se le escapó una tímida sonrisa—. Te he dicho que no.
—¡Siempre es no para mí! —se quejó.
—Si ya sabes cuál va a ser la respuesta, ¿a qué vienes entonces?
—Tengo dinero. —Le enseñó las monedas.
—Anda, ve y gástatelo en una comida caliente.
Andrew se lo guardó en el bolsillo.
—¡Tú te lo pierdes!
Quiso apoyar la muleta en el suelo, pero esta resbaló en la nieve y lo hizo caer al suelo, provocando la risa de Helen. Gio y yo quisimos ayudarle, pero nos apartó con un gesto.
—¡Puedo yo!
Aunque le costó, se puso en pie él solito y se sacudió la nieve. Entretanto, Jacob llegó junto a nosotros.
—Venid, granujillas, vamos al Cúinne.
Nosotros lo seguimos. Nos caía bien Andrew. Siempre nos contaba sus aventuras. Bueno, las de la guerra se las guardaba para él, pero sí las de su infancia y las picardías que cometía para poder sobrevivir un día más. Además, siempre parecía tener una moraleja para todo.
—Y es por eso que nunca debéis mirar a un cuervo a los ojos —concluyó la historia que nos había estado contando de camino—. Ya hemos llegado.
Abrió la puerta y pasamos al interior. Frank había encendido la chimenea y los clientes bebían en las mesas cercanas a esta.
—Hola, niños —nos saludó el tabernero con su sonrisa habitual.
—«Hola a ti también, Andrew. ¿Qué tal te encuentras? ¿El catarro va mejor?» —Andrew imitó la voz de Frank.
—No te celes, Andrew, que te he reservado un plato de lentejas. —Rio el hombre—. Además, creo que se te puede incluir en «niños»: son tu compañía favorita.
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Little Italy
Historical Fiction🏅NOVELA GANADORA DE LOS WATTYS 2020 EN LA CATEGORÍA DE FICCIÓN HISTÓRICA «Me crié en Little Italy, en un pequeño apartamento de la calle Mott». Luca era un niño de tan solo siete años cuando su padre fue asesinado por un mafioso en 1929. Además de...