—¡Buenos días! Mira que volvisteis tarde anoche...
Tosca abrió la puerta de nuestra habitación sin llamar a la puerta. Nunca lo hacía. Primero miró la cama de Anthony, pero él no estaba. Luego me sacudió:
—¿Dónde está?
Me quedé en silencio. No me atrevía a decirle que había permitido que volviese a su casa tras nuestra discusión.
—Luca.
Abrí los ojos. Se había puesto su vestido más bonito y peinado el pelo con dos horquillas. Que se hubiese arreglado solo me hizo sentir más culpable. Me dolía la cabeza, y no estaba de humor para hablar de lo ocurrido.
—Ahora me levanto —dije.
Una vez salió de mi habitación, aparté las sábanas y caminé descalzo hasta mi armario. El suelo estaba frío, lo que me ayudó a espabilarme. Por si eso no bastaba, el recién nacido de los vecinos del piso de arriba (los ruidosos en la cama) empezó a llorar, recordándoles a sus padres que era la hora de mamar. Al «pequeño cabroncete», como solía llamarle, le gustaba llorar por la noche y despertar a todos los vecinos, pero ese día había sido yo el que provocó su llanto al tirar el despertador de la mesilla intentando meterme en cama borracho. Fue mi pequeña venganza en un edificio donde las paredes parecían hechas de papel. Como era sábado, me puse unos pantalones marrones y una camisa blanca y procuré tener un aspecto decente, pese a la resaca y el cansancio.
Cuando llegué a la cocina para prepararme el desayuno, Tosca me esperaba sentada a la mesa.
—El abuelo está enfadado contigo.
—Me lo imagino —contesté.
—Sabe a qué hora volviste. Eso, y que se te cayó el despertador.
Me serví un vaso de leche bajo su atenta mirada. Sabía que quería respuestas.
—¿Me vas a decir dónde está?
—Ayer discutimos.
—¿Por qué? —Estaba visiblemente sorprendida.
Pensé en responderle «por tí», pero me pareció una mala idea, porque después seguro que me seguiría preguntando hasta sacarme toda nuestra discusión y yo no sabía si Anthony quería que Tosca supiese lo que él sentía por ella. Tampoco sabía si yo estaba preparado para decir esas palabras en voz alta o incluso para recordar lo ocurrido. Algunos detalles de nuestra conversación estaban borrosos en mi mente, y en parte agradecía no recordar lo idiota que había sido.
—Porque soy un imbécil. —Suspiré.
Tosca me miró con preocupación, pero no había obtenido la respuesta que quería:
—Todavía no me has respondido.
—¿Eh?
—No me has dicho dónde está.
Por su cara, imaginé que ya había adivinado la respuesta.
—Dijo que se iba a su casa.
—¡¿Pero cómo...?!
Entonces, Anthony entró por la puerta con el New York Times bajo el brazo. Lo puso sobre la mesa, cogió una taza y se sirvió un poco de leche, como si no hubiese ocurrido nada.
—¿Queda café?
—Me... me temo que no —contestó Tosca, casi sin palabras.
Vimos como bebía un sorbo con toda la calma del mundo. Parecía estar bien, incluso un poco contento, pero ni Tosca ni yo entendíamos nada.
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Little Italy
Historical Fiction🏅NOVELA GANADORA DE LOS WATTYS 2020 EN LA CATEGORÍA DE FICCIÓN HISTÓRICA «Me crié en Little Italy, en un pequeño apartamento de la calle Mott». Luca era un niño de tan solo siete años cuando su padre fue asesinado por un mafioso en 1929. Además de...