Capítulo 3

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—¿Es aquí? —preguntó Gio.

Jacob asintió. Llamó a la puerta, pero nadie respondió. Era un edificio muy viejo, lleno de humedades y que parecía a punto de derrumbarse. Su pintura se desprendía a trozos de la pared y una de las ventanas estaba rota.

—Hola, Jacob —dijo una voz a nuestra espalda.

Era una chica joven, de unos veinte años, que traía una barra de pan entre los brazos. Su vestido tenía los bajos embarrados y su trenza estaba muy despeinada.

—Hola, Helen.

—Llegas temprano —dijo sonriente mientras abría la puerta—. Pasad, pasad.

Jacob entró sin miedo, pero Gio y yo nos quedamos en la puerta.

—No muerdo —rio la chica.

Dimos un paso al frente.

—¿Nos presentas? —le preguntó a Jacob mientras posaba la barra de pan sobre una mesa coja y gastada.

—Sí. Este es Giovanni y este...

—Es el hijo de Fabrizio Costa —lo interrumpió ella.

La miré sorprendido. Vale, era normal que en los comercios del barrio conocieran a mi padre, al fin y al cabo, él solía comprarles cosas y formaban parte de su vida diaria, pero aquella chica... No teníamos mucho dinero, pero mi padre no se relacionaba con gente de clase tan baja.

—¿Cómo lo conoce? —pregunté.

—¿Quién no lo conoce, chico? —dijo sonriente—. Y no me trates de «usted», que no soy ninguna dama. —Se rio—. Lamento no tener nada decente que ofreceros... No son buenos tiempos.

—No pasa nada —contestó Giovanni.

Jacob se sentó en una de las maltrechas sillas y arrancó un pedazo de pan a la barra.

—¿Puedo quedarme esta noche, Helen? —dijo con la boca llena de miga de pan.

—Sí, hoy no trabajo.

Gio y yo nos miramos, sin saber muy bien qué hacíamos allí. Era la primera vez que entrabamos en el mundo de Jacob, en su esfera, y desde luego no estaba siendo agradable ver tanta desgracia humana. Y pensar que Jacob vivía en esas condiciones...

—Sentaos, sentaos —dijo ella.

Obedecimos. Las sillas crujieron con nuestro peso. Helen también se sentó. Ella estaba muy delgada y parecía agotada, daba pena verla. Observaba con una sonrisa melancólica a Jacob comer. Deshizo su trenza peinando su pelo rubio con los dedos y después bostezó del sueño que tenía.

—Vimos a Andrew —comentó Jacob.

—Sí, yo también. Ese pobre desgraciado...

Le acarició la cabeza a Jacob. Tenían un trato fraternal que no comprendía muy bien.

—¿Sabéis volver a Little Italy? —nos preguntó.

Gio y yo negamos con la cabeza.

—Jacob, acompáñalos a casa. No saben moverse por estas calles.

—Pero... —protestó él.

—Jacob, sabes que yo no puedo. Los mirarían mal.

Nuestro amigo gruñó, pero se levantó de la silla y salió por la puerta. Gio y yo nos despedimos de Helen y fuimos detrás de él.

—¿Quién es ella? —preguntó Gio.

—Una prostituta —contestó, pero nosotros lo miramos sin comprender—. ¿Una puta? ¿Ramera?

Little ItalyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora