Capítulo 44

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Cuando llegué a casa ya era de noche. Gio y Jacob no me habían dejado marcharme hasta aquella hora y estaba un poco borracho. Abrí la puerta y Amelia se levantó de la alfombra para saludarme. Con su tamaño no me dejaba caminar y estaba claro que tenía ganas de jugar.

—Ahora no —susurré.

Al final la perra se cansó y volvió a tumbarse sobre la alfombra. Me dirigí hacia mi habitación por el pasillo y vi que la puerta de la habitación de Tosca estaba entreabierta. Anthony y Tosca estaban dormidos, desnudos y abrazados. Comprendí entonces que Gio y Jacob me habían tenido entretenido para que ellos pudiesen hacer el amor en paz. En realidad, se lo agradecí. No me había dado cuenta de sus intenciones y no me hubiera gustado ser una carga para Anthony y Tosca en la última oportunidad que tenían para estar juntos antes de que él se marchase a la guerra.

Cerré la puerta de su habitación y me acerqué a la de mi abuelo. Él todavía no había regresado a casa. Me metí en cama con la ropa puesta y miré al techo hasta que me quedé dormido. Tuve pesadillas toda la noche y no paraba de despertarme. En uno de los sueños, revivía la muerte de mi padre. En otro, volvía a ser un niño y me perdía en un bosque. Mi abuelo me llamaba, pero estaba tan borracho que no era capaz de encontrarme. En el último, yo era un soldado y disparaba a un enemigo. Cuando me acercaba a comprobar su cadáver, era Anthony. Después de aquella pesadilla decidí que no quería volver a dormir y me levanté a tomar un café. Por eso estaba despierto a las cinco y media de la mañana cuando Anthony salió a hurtadillas de la habitación de mi hermana. Llevaba los zapatos en las manos para no hacer ruido, pero ya estaba vestido.

—¿Ya te vas? —pregunté.

Él, que no me había visto, se asustó al escucharme y abrió mucho los ojos. Miró a la puerta, después a su reloj, pero finalmente se sentó a mi lado y le serví un poco de café.

—No sabía como despedirme.

Anthony empezó a remover el café con una cucharilla que le había puesto, pero no lo probó.

—Espero que no estés enfadado.

—Claro que no. —Bebí.

—Dile a Tosca que siento mucho haberme marchado sin despertarla, pero que no quería verla llorar. No lo hubiera soportado. 

—Por supuesto.

—Cuida mucho de ella. 

Asentí. Amelia, que llevaba un buen rato tumbada junto a mis pies bajo la mesa, apoyó su cabeza sobre la pierna de Anthony y él se la acarició lentamente.

—Despídete también de Gio y Jacob de mi parte. 

Volví a asentir, aunque él no me estaba mirando.

—Si no vuelvo...

—Vas a volver —lo interrumpí y él me miró a los ojos—. Prométemelo.

Anthony inspiró y asintió lentamente.

—Lo intentaré.

Se levantó y yo lo imité. 

—Eres un buen amigo, Luca. El mejor que se puede tener. 

Se llevó la mano a los ojos, pero no se permitió llorar. Aun así, desprendía tanta tristeza que algo se removió en mi interior. Estaba ante una persona que ya lo daba todo por perdido y que no tenía esperanzas en regresar, aunque no se atreviese a decirlo en voz alta. A diferencia de muchos otros jóvenes de nuestra edad, sabíamos que la guerra no era una aventura, y que nos esperaba un infierno en el frente. Lo abracé.

—Vas a volver —dije a pesar del nudo que tenía en la garganta—. Vas a volver porque me lo has prometido y tú siempre cumples tus promesas. Tosca y yo te esperaremos el tiempo que haga falta.

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