Capítulo 18

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Mi madre y Marco se casaron en la Antigua Catedral de San Patricio, en Mulberry Street. Nunca me había gustado, ni por dentro, ni por fuera. Aunque tampoco es que fuésemos mucho. Sí, éramos católicos, pero habíamos perdido la costumbre de ir a la iglesia. Antes, con mi padre, íbamos todos los domingos, pero tras su muerte, mi madre trabajaba tanto durante la semana, que el domingo dormía hasta tarde.

Marco estaba visiblemente nervioso, a pesar de que era una boda muy íntima. De hecho, solo asistió mi familia. Su madre había muerto el año anterior de un ictus, y su hermana había vuelto a Italia cinco años antes. Tenía amigos, pero no era lo mismo. Aquella boda nos demostró lo solo que estaba Marco antes de que pasase a formar parte de nuestra familia.

Vestía un traje negro que disimulaba bastante bien su barriga. No estaba gordo, pero es lo que tiene el paso de los años, que uno se empieza a descuidar. Se podía considerar afortunado, puesto que todavía conservaba su pelo y la gente siempre pensaba que tenía dos años menos de los que realmente tenía.

—¿Me ayudas?

Tosca me dio el collar dorado que tenía en las manos. Levantó su pelo y yo se lo puse.

—Estás muy guapa, Tosca —comentó Anthony.

—Gracias. —Se sonrojó un poco.

Anthony estaba incómodo en aquel lugar. Sentía que no encajaba en una celebración familiar y menos en una tan importante como una boda. Además, era la primera vez que pisaba una iglesia católica. Él era protestante, o por lo menos hacia el exterior. De puertas adentro, seguramente fuese ateo, aunque nunca lo llegó a decir con esas palabras exactamente. Un día, hablando de religión, me dijo: «Querido Luca, con el tiempo te das cuenta de que solo existe un dios: el dólar». Creo que su frase resume bastante bien sus preocupaciones metafísicas.

Entonces las puertas se abrieron, y pensamos que era mi madre, pero se trataba de Matteo. Marco no sabía muy bien que pensar. Mi abuelo, en cambio, se levantó del banco y, con el ceño fruncido, le preguntó:

—¿Qué haces aquí?

—Es mi madre —respondió Matteo.

Hubo un tenso cruce de miradas, pero finalmente mi abuelo decidió dejarlo estar.

—Compórtate —lo avisó.

Matteo se acercó a donde estábamos nosotros. Le dio un beso en la mejilla a Tosca y a mí me estrechó la mano. Llevaba una camisa blanca y un pantalón negro. Era extraño no verlo con ropa de trabajo.

—Anthony, ¿verdad? —Lo saludó.

Anthony asintió. Estaba tan perdido como Marco y me buscó con la mirada para que le diese algún tipo de explicación o consejo, pero yo no los tenía.

—Te favorece el color azul, Tosca —le dijo—. Siempre lo ha hecho.

Tosca enrojeció de nuevo.

Mi madre apareció al fin. Llevaba un vestido amarillo muy bonito de cuando era más joven. Marco se había ofrecido a comprarle un vestido blanco, pero ella no quiso. Ni siquiera quiso comer fuera, y es por eso que Tosca y yo preparamos la comida aquel día. Ella quería algo sencillo y cercano, y eso fue lo que tuvo.

Cada vez se le notaba más el embarazo. Aseguraba que iba a ser una niña, y que además, tendría los ojos avellana como Marco. Todavía no habían empezado a pensar en nombres.

Mi madre se fijó entonces en que Matteo estaba allí. Sonrió. Al contrario que todos nosotros (que nuestra reacción iba desde la confusión de Marco y mi preocupación hasta el rechazo de mi abuelo), Laura se alegró de que estuviese allí, con ella.

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