—Levántate —me ordenó mi abuelo.
—Es domingo... —protesté, tapándome la cabeza.
—Hubieras llegado antes a casa. —Tiró por mi sábana—. Levántate, tu madre está aquí.
Abrí los ojos. Me preguntaba qué haría allí mi madre. Desde que vivía con Marco, apenas la veía, solo de vez en cuando en casa del Sr. Volta. Me puse en pie y caminé hasta el salón. Anthony estaba terminando su cigarrillo junto a la ventana mientras Tosca y mi madre charlaban sentadas a la mesa de la cocina. Me fijé en que mi amigo tenía la maleta hecha junto a la puerta.
—¿Te marchas? —pregunté.
—Sí, ya he perdido muchas clases y me encuentro mejor. Estaba esperando a que te despertases para despedirme. —Tiró la colilla por la ventana.
Anthony había empezado a fumar dos meses atrás porque, según él, todo el mundo lo hacía. No fumaba mucho, pero de vez en cuando encendía uno. Él decía que le relajaba, pero estaba casi seguro de que lo hacía por sentirse importante o mayor. Anthony, que tanto criticaba las «fachadas» se había rendido a una, aunque no se lo reproché. De aquella, era raro encontrar a alguien que no fumase (como yo) y Anthony, pese a todo, seguía siendo un niño de buena familia, que se había criado entre las clases más altas de Nueva York. Fumar era una de esas cosas que se esperaba de una persona como él, y además, podía permitírselo. Yo, en cambio, prefería gastar mi dinero en otra cosa antes que en un vicio. Sabía lo que las adicciones podían hacerle a la gente. Mi abuelo estaba empezando a descuidarse, y Andrew llevaba años gastándose lo poco que mendigaba en alcohol. No quería atarme de por vida al tabaco.
Primero, Anthony se despidió de mi madre y de mi abuelo. Ella le recordó que podía volver siempre que quisiera, y mi abuelo, que le debía una partida de ajedrez. Luego se acercó a mí y le deseé un buen viaje. Finalmente, Tosca se levantó de la silla donde estaba y de puntillas le dio un suave beso en la mejilla que lo hizo enrojecer. Le debió saber a poco, porque Anthony la abrazó y le devolvió un beso al que le faltó un centímetro para ser en la boca. Tosca tuvo que esforzarse en reprimir su estupefacción. Anthony solía ser mucho menos atrevido.
Levantó su maleta, se despidió de nuevo con la mano y se marchó.
—Luca. —Me llamó mi madre—. Siéntate. Quiero hablar contigo.
Obedecí, y mi hermana, que presentía que se avecinaba una bronca, se marchó a su habitación. Parecía flotar tras la despedida con Anthony.
—¿Qué ocurre? —pregunté.
—Creo que eso debería preguntártelo yo a tí.
—No entien...
—Luca, no me hagas perder el tiempo —me interrumpió—. Tu abuelo me ha...
—Oh, no, otra vez no... —eché la cabeza hacia atrás, cansado del tema—. ¡Lo de la celda no fue culpa mía!
—¡¿Qué?!
Mi abuelo apoyó su mano en mi espalda y me susurró al oído:
—Eso no se lo había dicho.
Genial. Yo era un experto metiendo la pata. Stefano se apoyó en la encimera, riéndose por lo bajo de mi cagada.
—Voy a fingir que no he escuchado nada porque me gusta echar las broncas de una en una.
Suspiré, aunque sabía que más tarde me preguntaría sobre la celda.
—Luca, no puedes volver cuando te dé la gana a casa —lo dijo muy seria, en el tono en el que regañaba a Matteo—. Cuando me fui a vivir con Marco, lo hice porque creía que érais responsables y obedientes. Tu abuelo sigue en esta casa, y tienes que obedecerle. Lo que él dice, va a misa ¿entendido?
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Little Italy
Historical Fiction🏅NOVELA GANADORA DE LOS WATTYS 2020 EN LA CATEGORÍA DE FICCIÓN HISTÓRICA «Me crié en Little Italy, en un pequeño apartamento de la calle Mott». Luca era un niño de tan solo siete años cuando su padre fue asesinado por un mafioso en 1929. Además de...