A partir de aquel día las cosas empezaron a mejorar considerablemente. Mi hermano, a pesar de seguir desapareciendo cada dos por tres y no dormir en casa prácticamente ningún día, empezó a traer el dinero que ganaba trabajando en la fábrica de productos químicos. Eso por si solo ya nos quitó un gran peso de encima, pero es que además, una vez se hubo recuperado, el doctor Andreotti le dio trabajo a mi madre como ayudante. Obviamente, ocurrió a espaldas de Matteo, pero mi madre no iba a rechazar un empleo solo por su odio hacia Marco. Sin embargo, mi madre era una negada para la rama sanitaria, así que Marco le consiguió otro trabajo como sirvienta en la casa de un inmigrante italiano que había logrado hacer fortuna con una empresa armamentística. Por el contrario, Tosca demostró habilidad para tratar a enfermos y heridos, así que el doctor la tomó como aprendiz.
Poco a poco, todo volvió a una situación cercana a la normalidad. Yo, por mi parte, seguí trabajando en el Cuínne. La mujer de Frank y sus hijos regresaron, pero él no me dijo en ningún momento que parase de trabajar, así que lo dejé estar. Al fin y al cabo, no era un trabajo que me desagradase y estaba bien ganar mi propio dinero. Creo que Frank me mantuvo como empleado más por cariño que por necesidad.
Nuestra reciente estabilidad económica me dejó tiempo para preocupaciones más triviales. Bueno, quizás «triviales» no es la palabra más adecuada, pero el caso es que teníamos nuestras necesidades más básicas cubiertas y aquello me permitió centrarme en los problemas propios de mi edad: amistad, aspiraciones, amor... todos aquellos problemas que un adolescente debería tener, y no el hambre, la miseria y la humillación. En fin, pude empezar a vivir la edad del pavo.
Mis amigos y yo estábamos en distintas fases (Anthony tenía un año más que Gio y yo, y Jacob uno menos), pero en el fondo todos pensábamos en lo mismo. Creo que sobra decir de lo que se trataba.
—No, Luca, otra vez no —protestó Gio.
—Venga, solo será un momento.
—Es la séptima vez que le llevo flores a mi abuela este mes, Luca. Mis padres se empiezan a preocupar.
—Por favor, Gio —le rogué.
Gio fue sin duda el que más sufrió mi primer «encaprichamiento». Muchas veces me acompañaba a la floristería del otro lado de la calle de nuestro edificio, en la que trabajaban Brenda, Elena y su tía. Desde luego, tuvo mucha paciencia conmigo, sobre todo porque, para disimular, les compraba de vez en cuando un ramo de violetas o de nardos que después llevaba a la tumba de su abuela.
—¿Por qué no la invitas a un café y ya está? —sugirió—. No puede ser tan horrible, y si te dice que no, por lo menos se aligerará mi gasto en flores.
—¿Y por qué iba a hacer eso?
—Em... Pues porque te gusta, ¿tal vez?
—No me gusta —negué.
—Ah, ¿no? —replicó en tono burlón.
—No, solo me parece... atractiva —respondí—. Un regalo para la vista.
—Jesús... —se llevó la mano a la frente, desesperado.
Lo cierto es que estaba obsesionado con Brenda, pero me avergonzaba reconocerlo. Salía de casa esperando verla a través de la vitrina y fantaseaba con cruzarme con ella en el camino de vuelta a casa. Su imagen me acompañaba todo el día y yo no me oponía a ella.
Abrí la puerta de la pequeña tienda. Apenas se podía caminar entre tantas flores, y la mezcla de los distintos perfumes llegaba a saturar mi nariz.
—Hola, chicos —nos saludó Elena con su sonrisa habitual—. ¿Más flores para tu abuela, Gio?
—Eso parece... —murmuró Gio mirando hacia mí.
ESTÁS LEYENDO
Little Italy
Historical Fiction🏅NOVELA GANADORA DE LOS WATTYS 2020 EN LA CATEGORÍA DE FICCIÓN HISTÓRICA «Me crié en Little Italy, en un pequeño apartamento de la calle Mott». Luca era un niño de tan solo siete años cuando su padre fue asesinado por un mafioso en 1929. Además de...