Capítulo 48

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De aquella, no había normas sobre cómo donar sangre y empecé a ir muy a menudo cuando me encontraba de buen humor. Al principio iba cada tres semanas, pero poco a poco fui aumentando la frecuencia de mis visitas al hospital. Donar sangre me hacía sentirme útil y a la vez me permitía ver a Nicole. Ella me hacía sonreír. Era capaz de devolver un poco de felicidad a mi vida. Además, ahora podía caminar entre los heridos sin sentirme culpable. Estaba haciendo algo bueno por la sociedad, y aunque había gente que seguía reprochándome que no me alistase en el ejército, mi mente estaba un poco más en paz. Tosca me tuvo que prohibir donar sangre tan frecuentemente (me decía que iba a acabar chupado como una pasa), pero seguía presentándome en el hospital para hacer cualquier tarea que tuviesen disponible y para las que les faltase personal. Unas veces ayudaba a cargar con camillas, otras ayudaba a los soldados a escribir a sus familias y algunas simplemente limpiaba, fregaba o hacía lo que hiciese falta. El esfuerzo extra me ayudaba a distraerme, y cuando llegaba a casa estaba tan cansado tras el trabajo y el voluntariado en el hospital que caía dormido sobre la cama sin darle tiempo a mi mente a torturarme con mis pensamientos negativos. Realmente ayudar a los demás en el hospital fue una manera de ayudarme a mí mismo.

—¿Hay algo más que pueda hacer? —pregunté.

—No, Luca. —Rio el doctor que el primer día me había gritado que era un incordio—. Eso es todo por hoy. Vete a casa.

—Tosca aún no ha terminado de trabajar. Seguro que hay algo que pueda hacer. 

El doctor apoyó su mano en mi hombro y rio suavemente:

—Vete a casa. Descansa. Trabajas casi tanto como nosotros.

—Tan solo hago tareíllas. —Hice un gesto con la mano.

En ese momento, Nicole salió de una habitación. Al verme saludó y se acercó. El doctor se despidió y nos dejó a solas.

—¿Te apetece hacer algo? —me preguntó—. Ya he terminado mi turno.

Me quedé un poco paralizado. De no ser porque se rio un poco, me podría haber quedado atontado para el resto de mi vida.

—Por supuesto. ¿A dónde quieres ir?

—¿Me acompañas a mi casa? Quiero cambiarme de ropa antes de ir a ninguna parte. 

Asentí, principalmente porque no me hubieran salido las palabras en ese momento. 

—Vivo aquí cerca, solo será un momento. —Sonrió.

Estaba tan emocionado que incluso me olvidé de avisar a Tosca de que me marchaba. De haber estado un poco más calmado, me hubiese dado cuenta de que la sonrisa de Nicole no era la misma de siempre. Esa sonrisa era distinta: más juguetona, más maliciosa, más... salvaje. Pero como ya he dicho muchas veces, yo era un inútil para esas cosas.

Salimos a la calle y se colgó de mi brazo. Estaba tan nervioso que no supe cómo reaccionar. Creo que estuve aguantando la respiración un par de segundos. Nicole sonreía. Le hacía mucha gracia jugar conmigo. Sabía el efecto que tenía en mí y no dudaba en utilizarlo. Ella tenía sus propios planes.

—Háblame de tí, Luca.

—¿Qué... qué quieres saber? —tartamudeé, no me salían las palabras.

—No sé. —Ladeó la cabeza, mirándome—. Háblame de tus aficiones, por ejemplo.

—Pues... No sé... Soy una persona sencilla. Me gusta leer, ir al cine, pasear... ¿A tí?

—Bueno, a mí me gustan cosas más activas. —Sonrió con picardía.

Y tanto que le gustaban, pero no adelantemos acontecimientos. Nicole me guió por las calles de Nueva York hasta su casa. Vivía en Greenwich Village, sobre una pequeña pastelería. Abrió su portal, y al ver que me detuve en la puerta, me invitó a pasar.

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