—Buenos días —saludé.
Pero estaba solo en la habitación. Anthony ya se había levantado y hecho su cama. O al menos eso quería creer. Una cosa es aprobar su relación, y otra que duerman juntos. Eso era pasarse, al menos para el Luca de aquella época, que se pasaba las 24 horas del día haciendo de carabina.
Fuera ya se escuchaban los ruidos típicos de San Gennaro. Desde hacía varios días ya se podía notar (y comer) el ambiente festivo en las calles de Little Italy, pero aquel día era el más importante, el de la procesión. Abrí la ventana y la música y el jaleo inundaron la habitación. Fuera, todo estaba decorado con banderas y guirnaldas rojas, blancas y verdes. No podía esperar para probar los cannoli que preparaba mi madre todos los años para esa fecha en concreto. Siempre había habido cierta rivalidad entre la madre de Gio y la mía en lo que a cannoli se refiere. La madre de Gio era una excelentísima cocinera de Siracusa, Sicilia, de donde es típico este postre, y sin embargo, a mi madre, que cocinaba bien a secas y que era aretina (del norte de Italia), le salían mejor. A mi madre le encantaba presumir de ello con una gran sonrisa en el rostro y hacer rabiar a la madre de Gio. Eran muy buenas amigas, y sin embargo, disfrutaban restregándose sus éxitos culinarios la una a la otra.
Me levanté y cuando llegué a la cocina me froté los ojos para comprobar si estaba despierto o seguía soñando.
—¿Le estás dando nuestra mortadela? —pregunté.
—Tenía hambre. —Rio Anthony, acariciándole el pelaje.
Por alguna razón que no llegaba a comprender, había un perro blanco y peludo en nuestra cocina. Y se estaba comiendo nuestra mortadela.
—¿Me lo vas a explicar?
—Esta mañana fui a devolver el coche a mi madre y volviendo aquí me la encontré. —Se sentó en el suelo a su lado—. Oh, no me digas que no es adorable. ¡Y estaba solita en la calle! Pobre, estaba tan sucia que pensé que era negra.
Entonces vi una toalla sucia tirada en el suelo junto al perro. La había utilizado para secarla después de bañarla. Aunque todavía no lo había visto, también había dejado la bañera asquerosa. Al final siempre me tocaba a mí limpiar.
—¡Anthony, que la uso para secarme!
—¡Pero tú mírala! —La cogió en brazos—. Tosca dice que es preciosa y que tiene tus ojos.
—No sé cómo tomarme eso. —Recogí la toalla del suelo.
Era un cachorro completamente blanco. No parecía un perro de la calle, más bien parecía que la habían abandonado. No supe identificar su raza. Era como un pastor alemán pero blanco. No entendía cómo alguien podía abandonar un perro así de bonito y simpático. Tiempo más tarde descubrí que, por aquel entonces, el manto blanco no se veía como una característica deseable en la raza, y que quizás ese fuese el motivo de su abandono. Quizás ni siquiera fuese un pastor alemán o un perro de raza. Nunca llegué a saber con exactitud qué clase de perro era ese.
—¿Le has puesto nombre? —pregunté mientras me tomaba mi café.
—Amelia —respondió antes de que la perrita le lamiese la nariz—. Por Amelia Earhart.
—Ni idea.
—La aviadora. ¿No? ¿No te suena? Déjalo, supongo que no tiene importancia.
Fregué la taza mientras él jugaba con Amelia y le enseñaba a sentarse. Era como un niño.
—¿Y Tosca? —pregunté.
—Salió con tu abuelo. Dijeron que iban a ayudar a tu madre a traer la comida. Debe haber preparado un festín para que no puedan entre Marco y ella.
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Little Italy
Historical Fiction🏅NOVELA GANADORA DE LOS WATTYS 2020 EN LA CATEGORÍA DE FICCIÓN HISTÓRICA «Me crié en Little Italy, en un pequeño apartamento de la calle Mott». Luca era un niño de tan solo siete años cuando su padre fue asesinado por un mafioso en 1929. Además de...