La habitación de Anthony estaba muy desordenada. Había hojas de papel y ropa tiradas por todas partes, innumerables cigarrillos en un cenicero y libros amontonados sobre el suelo. Reflejaba muy bien el caos mental que tenía Anthony en la cabeza.
—Lamento el desorden. —Apartó dos calcetines que estaban sobre su cama para que nos pudiéramos sentar—. No os esperaba, y mi compañero de habitación no volverá hasta la semana que viene, así que...
Anthony tenía una silla y una mesa, pero en aquel momento estaban siendo utilizadas como estanterías. Aquel desastre se había formado por acumulación, no por un despiste de dos días. Al menos, no había comida podrida. La limpieza nunca había sido el punto fuerte de Anthony. Se había criado como un rico. Era normal que no supiese hacer la colada, cocinar, fregar y ordenar si nunca lo había tenido que hacer. Cuando llegó a nuestra casa ni siquiera sabía hacer la cama, lo cual ya dice bastante.
Tosca se sentó en la cama, pero yo me quedé en pie. Teníamos muchas preguntas, y queríamos respuestas.
—No sé... No sé ni por dónde empezar, Anthony. —Tosca casi no podía hablar—. Todo este tiempo... Sin saber nada de tí.
—Puedo explicarlo.
—Inténtalo —le contesté, bastante enfadado.
Anthony cogió la silla de su compañero, que sí que estaba vacía, y se sentó frente a nosotros. Se quedó en silencio unos treinta segundos, pensativo y cabizbajo, y luego miró a Tosca a los ojos. Estaba cansado, se notaba que no había dormido. Se frotó los ojos y volvió a mirar hacia el suelo. Sentía vergüenza.
—El día de San Gennaro, os oímos discutir a tu madre y a tí.
—Lo sé —dijo Tosca, animándolo a continuar.
—Luego Luca se fue. —Me miró—. Y me quedé allí con vuestra madre, vuestro abuelo y Marco mientras tú llorabas en la habitación. Laura se acercó a mí, y me preguntó si yo lo comprendía. Asentí. Me dijo que me quería como a un hijo, y que siempre tendría un hogar con vosotros, pero que si te quería —Ahora miraba a Tosca a los ojos—, tenía que dejarte marchar. Me pidió que me alejase de tí, y eso hice.
—No te creo... ¡No te quiero creer!
Tosca empezó a llorar. Saber que Anthony se había marchado voluntariamente y por sugerencia de nuestra madre nos dolió. Y mucho, además.
—¡¿Y no opusiste ningún tipo de resistencia?! —le grité.
—¡¿Y qué querías que hiciera?! ¡¿Eh?! —me gritó él también—. ¡Tosca estaba llorando, tu abuelo me lanzaba miradas asesinas y tu madre tenía razón! ¡Los dos lo sabéis! Cualquier día yo podría estar muerto. No sé disparar, tengo pánico a la sangre y... ¡Por Dios! No sé ni limpiar mi ropa. Tengo que pagar el servicio de lavandería. ¿Y sabéis por qué? ¡Porque sin dinero, yo no soy nadie!
A Anthony se le humedecieron los ojos, pero yo no lo iba a dejar estar. Quería explicaciones.
—No digas tonterías.
—Aun si no hubiera una guerra, dime, ¿qué tengo yo que pueda ofrecerte? —Tosca se limpió las lágrimas con la manga, pero inmediatamente le cayeron dos más—. Soy un inútil. Mi padre tenía razón. Tenía razón en todo.
Y Anthony empezó a llorar también. Ahí estaba el cachorro herido, el que nunca llegaba a sanar. Esos cortes que le había hecho su padre se abrían una y otra vez y nunca llegaban a curar. Estaban demasiado profundos. Tantos años de tormento, toda una infancia viviendo con miedo, lo consumió. Anthony no sabía gestionar sus sentimientos. Estaba roto. Y en ese momento, más que nunca. Incluso lejos de su padre, sus insultos lo perseguían y no le dejaban dormir. La posibilidad de no ser lo suficientemente bueno para Tosca, el no valer nada, lo estaba consumiendo. Sus pensamientos lo habían ido desgastando mes a mes, día a día, hasta que en ese momento estalló.
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Little Italy
Historical Fiction🏅NOVELA GANADORA DE LOS WATTYS 2020 EN LA CATEGORÍA DE FICCIÓN HISTÓRICA «Me crié en Little Italy, en un pequeño apartamento de la calle Mott». Luca era un niño de tan solo siete años cuando su padre fue asesinado por un mafioso en 1929. Además de...