Tosca y yo casi no podíamos contener la risa. Anthony estaba cantando ópera, concretamente Vesti la Giubba, mientras se vestía en el baño. No tenía mala voz, pero es que el pobre no acertaba ni una sola palabra: eso no era ni italiano ni ningún otro idioma de este planeta.
—No puedo más —susurró Tosca, con lágrimas en los ojos de la risa.
—«Rilli, Paschaso, su tamore anfato» —repetí, imitándolo.
No tardó mucho en salir, y cuando lo hizo, nos encontró desternillándonos de la risa en el suelo.
—Oh, no... Decidme que no me habéis escuchado cantar.
—¿«Cantar»? ¿Estabas «cantando»? —me burlé—. Pensábamos que estabas invocando al diablo en nuestro baño.
Se puso colorado y se metió en la habitación para buscar sus zapatos o para huir de nuestras bromas, más bien lo segundo.
—Oye, no está tan mal —dijo Tosca—. ¿Luca nunca te enseñó italiano?
—La verdad es que no —respondí por él—. Pero debería, sobre todo ahora que sé que eres aficionado a la ópera.
—Tampoco tanto. —Intentó disimular—. Nunca me entero de nada.
Se puso en pie y Tosca se fijó en que se había abotonado mal la camisa, así que se acercó para colocársela. Le desabrochó el botón que estaba mal y lo metió en el ojal que le correspondía. Me pareció que Anthony enrojeció todavía más al notar la respiración de mi hermana sobre su piel.
—¿Estás listo? Ya deben de estar esperándonos —les recordé mi existencia.
—¿Puedo ir con vosotros? —pidió Tosca.
La miré, pero Anthony se adelantó a responder un «por supuesto». Ella sonrió, pegó un pequeño brinco y corrió a ponerse sus zapatos más nuevos. Aunque le recordé que cogiera la chaqueta, deliberadamente ella no lo hizo, quizás con la esperanza de que Anthony le dejase la suya si llegaba a refrescar. Salimos al rellano y golpeé con los nudillos la puerta de Gio.
Él abrió, y vimos que tenía una herida en el pómulo derecho con restos de sangre seca. Parecía reciente, quizás de hacía un día o dos. No era muy grave, pero logró que Anthony sintiese una náusea. Él era hematofóbico desde niño, algo que nunca llegué a comprender. ¿Cómo podía tener fobia a la sangre con la de veces que su padre le había pegado? En teoría, debía estar más que acostumbrado, aunque quizás fuese precisamente eso lo que causase su miedo. Una vez, Tosca olvidó tirar de la cisterna estando menstruando y lo encontramos desmayado en el cuarto de baño. Incluso ver sangre en la carne le disgustaba. Yo creía que era un exagerado, pero me esforzaba en tratar de ser comprensivo con él. Al fin y al cabo, yo también tenía mis miedos. Anthony era peculiar, y eso era algo que todos sabíamos.
—¡¿Qué te ha pasado?! —le pregunté mientras Anthony se recomponía de la impresión.
—Nada —dijo, y se acercó a saludar a Anthony, pero a este le dio otra arcada al verle la cara—. Oye, que soy feo pero no tanto —bromeó.
Pero sus bromas no iban a lograr distraernos.
—Gio —le exigió Tosca, mientras le levantaba la cabeza para verle la herida—. ¿Cómo te la has hecho?
—No lo recuerdo. Venga, vamos, que Jacob nos debe de estar esperando.
Bajó las escaleras a toda prisa, evitando nuestras preguntas.
—¡Gio, joder! —Lo agarré por el brazo, una vez fuera—. No me digas que no recuerdas como te has hecho eso.
—¿Fue tu padre? —preguntó Anthony, con la voz temblorosa.
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Little Italy
Historical Fiction🏅NOVELA GANADORA DE LOS WATTYS 2020 EN LA CATEGORÍA DE FICCIÓN HISTÓRICA «Me crié en Little Italy, en un pequeño apartamento de la calle Mott». Luca era un niño de tan solo siete años cuando su padre fue asesinado por un mafioso en 1929. Además de...