No volví a ver a Harold, así que no pude devolverle el reloj. Lo intenté y pregunté por él por todo el campo de entrenamiento. Era como si se hubiese esfumado. Al principio, me sentía mal, pero conforme iban pasado los días, llegué a agradecer la compañía de ese simple objeto. No me había llevado muchas cosas de casa por miedo a perderlas, pero lamenté no haber cogido una fotografía, un colgante o cualquier cosa que pudiese recordarme a mi familia. Al menos ahora tenía un reloj para jugar con él cuando estaba nervioso, aburrido o simplemente echaba de menos mi hogar. Nunca lo sacaba de mi bolsillo a no ser que estuviese seguro de que no había ojos observando por miedo a que me lo robasen.
Realmente, el entrenamiento me resultó más fácil que a la gran mayoría de mis compañeros. Yo ya sabía como tratar un arma y como utilizarla. De hecho, tenía mejor puntería que los instructores. Eso les hacía rabiar. Desde el primer momento nos lo habían dejado bien claro: su propósito era transformar a los «estúpidos jóvenes» que éramos en soldados útiles y serios. Yo nunca quise presumir de mis logros y avances, pero aun así, la tomaron conmigo y convirtieron el entrenamiento físico en una tortura.
—¿Ya te has cansado de reptar? No te pares, eyetie. —Rio el instructor.
Tenía la cara llena de barro y sí, estaba cansado de arrastrarme por el suelo, pero seguí adelante. Era bueno disparando, sin embargo, las pruebas físicas estaban lejos de dárseme bien. Comparado con la mayor parte de mis compañeros, era enclenque. Todos aquellos meses en los que me costaba comer por la tristeza, me acabaron pasando factura. Hacía lo que podía, pero era un desastre superando obstáculos y en el combate cuerpo a cuerpo. No sabía trepar, odiaba arrastrarme por el lodo y mi fuerza dejaba mucho que desear. Tuve que obligarme a comer para fortalecerme y aguantar mejor el esfuerzo. Mientras todos perdían peso, durante esas semanas yo gané varios kilos que realmente me resultaban necesarios.
No creía que todo aquello fuese a salvarme la vida. No gané ninguna destreza en el campo de entrenamiento. Lo único para lo que me sirvió fue para acostumbrarme a la estricta vida militar. Las órdenes, los horarios, las rutinas... Aunque siempre fui disciplinado, resultaba agotador. Si había algo que llevaba peor que el esfuerzo físico era, sin duda, no poder replicar a todos sus insultos xenófobos. Sus desprecios eran constantes, y si pretendían animarnos, dudo mucho que lo consiguiesen.
Conocí a varios chicos como yo, pero no trabé ninguna amistad. Quizás fuese por la envidia que provocaba por ser el que tenía la mejor puntería, o por ser italoamericano, o puede que simplemente ni me esforzase en intentarlo. No estaba en mi mejor momento anímicamente hablando, y pasar la Navidad de ese año en aquel lugar no ayudó. Era la primera vez que pasaba las fiestas lejos de casa y sin mi familia. Sirvieron una cena especial y se cantaron canciones, pero desde luego no era lo mismo.
Estaba harto de aquel lugar, y por eso, cuando demandaron gente que hablase italiano, no me lo pensé dos veces y me presenté voluntario. Al principio me pusieron muchas trabas porque únicamente había cumplido con algo más de la mitad de mi entrenamiento, pero las prisas y la necesidad les llevó a aceptarme y acortar mi estancia en el campo.
***
Desembarqué en Nápoles el 7 de enero de 1944. No hay palabras para describir lo que sentí y vi en aquel momento. Pese a los destrozos más que evidentes causados por la guerra, pude vislumbrar lo que había sido la ciudad en tiempos de paz. Nápoles es un estallido de color con vistas al monte Vesubio y bañado por las aguas azul cobalto del mar Tirreno. Ardía en deseos de perderme en sus calles y descubrir los secretos que encerraba. Me quedé embelesado ante tan divina escena.
Pero mi impresión abarcaba mucho más que el paisaje. Acababa de pisar el país de mis antepasados. Una sensación tan extraña como agradable me invadió al reflexionar sobre ello. Me preguntaba qué cosas averiguaría acerca de mis conexiones con Italia. A pesar de que se mezclaban con las conversaciones en inglés de los soldados, pude escuchar algunas voces comunicándose en italiano. Era real. Estaba allí. No supe que tenía la necesidad de visitar Italia hasta aquel día en el puerto de Nápoles.
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Little Italy
Historical Fiction🏅NOVELA GANADORA DE LOS WATTYS 2020 EN LA CATEGORÍA DE FICCIÓN HISTÓRICA «Me crié en Little Italy, en un pequeño apartamento de la calle Mott». Luca era un niño de tan solo siete años cuando su padre fue asesinado por un mafioso en 1929. Además de...