La abuela de Giovanni había muerto, eso para empezar. Pese a todo lo que ocurrió ese día, lo que recuerdo con mayor nitidez, sin duda alguna, es el llanto de mi nonna al enterarse de la noticia. Ella se acababa de despertar y llevaba un vaso de agua en la mano que tiró al suelo al escuchar «Concetta ha muerto esta noche». No importó que mi madre la consolase diciéndole que había muerto mientras dormía dulcemente o que mi abuelo le besase la frente con eterno cariño, se quedó destrozada. Ella había sido la primera amiga que hizo al llegar a Estados Unidos, ella le había prestado una parte del dinero que utilizó para abrir su pequeña frutería, ella le había enseñado a hablar inglés y también fue ella la primera en darle el pésame por la muerte de mi padre. Hay pocas personas con un corazón tan puro como el de la abuela de Giovanni.
Aquella mañana, mis abuelos se vistieron de luto y se fueron a su entierro. Protesté mucho porque no me dejasen acompañar a mi amigo en un momento como aquel, pero dijeron que tenía que ir a clase. Total, no me sirvió de nada porque no fui capaz de concentrarme.
Anthony me estaba esperando en la puerta cuando salí de las clases del Sr. Palumbo. Se estaba comiendo una manzana, apoyado en la pared del edificio. No tenía aquella sonrisa tan suya en la cara. Parecía más bien gris, como aquel día nublado. Al verme, se acercó.
—Hola. —Lo saludé.
—Hola.
Nos quedamos mirándonos, sin hablar.
Un día normal él no estaría allí, se habría ido a comer a su casa después de sus clases, que empezaban y terminaban media hora antes que las nuestras. Gio y yo hubiéramos hecho lo mismo. Después haríamos nuestras tareas y, al completarlas, saldríamos a buscar algo que hacer con Anthony y Jacob. Pero aquel, no era un día normal.
—¿Qué tal está Gio? —me preguntó.
—Todavía no lo he visto. Ya se habían marchado cuando me desperté.
Él suspiró.
—Hace mucho que no veo a mi abuelo. —Empezamos a caminar—. Mi padre y él se llevan mal. Eres afortunado, Luca.
—Lo sé.
Me sentí tentado de preguntar que hacía allí, pero no me hizo falta al ver el moratón que tenía un poco debajo de la nuca. No era la primera vez que su padre le pegaba, y tampoco sería la última. Nosotros ya nos habíamos acostumbrado a encontrárnoslo magullado y vagando por la calle, esperando a que su padre le permitiese volver a entrar en casa. No era un tema del que le gustase hablar.
Caminando en silencio y sin hacernos más preguntas, llegamos hasta un hombre que estaba tocando un violín. Anthony se detuvo, y yo lo insté a que siguiese caminando con la mirada, pero no lo hizo.
—Toca maravillosamente bien —dijo.
—No tengo nada para darle —insistí—. Sigamos.
—Pero yo sí.
Al terminar la melodía, Anthony le dio un billete de bastante valor. Aquello haría rabiar a su padre si se enterase. Y supuse que aquella era la intención, pues una sonrisita desafiante apareció en su rostro.
—Gracias —dijo el hombre.
—Gracias a usted. —Mi amigo hizo una leve inclinación—. ¿Qué hace aquí y no en una orquesta?
El hombre se rio. Era mayor y, aunque sus huesudas manos no habían vacilado ni un segundo durante la interpretación, ahora le temblaban.
Se agachó y recogió el billete con prisa, como si temiese que alguien se lo pudiera quitar o que el viento se lo llevase volando. No lo juzgué: probablemente Jacob, Andrew o Helen hubieran hecho lo mismo.
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Little Italy
Historical Fiction🏅NOVELA GANADORA DE LOS WATTYS 2020 EN LA CATEGORÍA DE FICCIÓN HISTÓRICA «Me crié en Little Italy, en un pequeño apartamento de la calle Mott». Luca era un niño de tan solo siete años cuando su padre fue asesinado por un mafioso en 1929. Además de...