La gente se empezó a marchar poco a poco. Se hablaría mucho de aquella velada en las semanas venideras. Desde luego, la imagen de la familia había quedado por los suelos. Ya nadie encontraría a Anthony como un buen partido para sus hijas.
Los Williams empezaron a discutir a grito pelado en el comedor, y Mary, su hija, no hacía más que echar leña al fuego sugiriendo que llevasen a Anthony a un internado o a un correccional. Aprovechando la distracción, subimos escaleras arriba.
Abrimos la puerta sin saber que esperar, y nos encontramos a nuestro amigo inconsciente sobre el suelo, rodeado de salpicaduras de sangre y a oscuras. Apenas respiraba. Gio y yo nos miramos. Estábamos a punto de llorar. Lo que le había hecho su padre era inhumano.
—Tenemos que llevárnoslo, Luca.
—No podemos.
—¡Si lo dejamos aquí lo matará!
Sabía que Gio tenía razón. Si su padre decidía regresar a terminar lo que había empezado, Anthony no lo aguantaría, y si lo dejaban aquí tirado, sin atención médica, tampoco duraría mucho más.
—Joder... Joder... —Gio se asomó a la ventana—. Ahí hay una escalera. Podemos utilizarla y...
Abajo se escuchó otro golpe y un grito de la señora Williams.
—No podemos, es...
—¡Luca, por Dios! ¡Tenemos que sacarlo de aquí! ¡Rápido!
Lo acercamos con suavidad a la ventana y Gio pasó al otro lado, apoyándose en la escalera. Probablemente Anthony la usase muchas veces para escaparse y por eso estaba ahí, justo al lado de su ventana, pero escondida tras las hojas del manzano de su jardín. Bajarlo nos costó muchísimo, sobre todo porque no queríamos hacerle más daño, y con su sangre, se nos escurría. Cuando estuvimos en el césped, su perro empezó a meterse entre nuestras piernas y a gemir. Sabía que Anthony estaba mal y quería estar con él, pero no hacía más que incordiarnos.
—Louis, quieto —le ordenó Gio.
Salimos por la puerta de atrás del jardín. Se nos hizo eterno el camino hasta nuestro edificio. Era de noche y hacía frío, pero además se nos cansaban los brazos de cargar con Anthony. No había ni un alma por la calle. Cuando llegamos a nuestro edificio, nos faltaba el aire.
—Vamos a mi casa —dije—. Tosca sabrá que hacer.
Lo subimos escaleras arriba y llamé al timbre para que me abriesen la puerta porque no podía meter la llave sin dejarlo en el suelo.
—¿Pero cuántas veces te he dicho que lleves la llave? —me regañó mi madre aún con la puerta cerrada— A estás horas y...
La abrió y se llevó la mano a la boca del espanto. Le causó una fuerte impresión vernos cubiertos de la sangre de Anthony.
—¡Tosca! —gritó—. Tumbadlo sobre el sofá. ¡Tosca, ven, corre!
Obedecimos y Tosca llegó enseguida. Se acababa de despertar y llevaba puesto su camisón blanco.
—¡Cielo santo! —exclamó.
Ahora que teníamos luz, pudimos ver mejor a nuestro amigo. Su estado era mucho peor del que imaginábamos. Tenía la cara tan amoratonada e hinchada que ni se le reconocía. Le sangraba la boca y varias heridas más que tenía por todo el cuerpo. Su traje estaba hecho jirones por varias zonas y muy sucio. Pero lo que tenía peor aspecto, sin duda alguna, era su brazo: le había dislocado el hombro.
—¡¿Qué ha pasado?! —preguntó—. Llevadlo a una cama, rápido. Y llamad al doctor Andreotti.
Con el barullo, mis abuelos vinieron al salón, y se quedaron igual de sorprendidos que mi madre y mi hermana. Entre mi abuelo, Gio y yo cargamos con Anthony hasta la cama de Matteo. Apenas respiraba, estaba muy débil. Seguramente también tenía varias costillas rotas.
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Little Italy
Historical Fiction🏅NOVELA GANADORA DE LOS WATTYS 2020 EN LA CATEGORÍA DE FICCIÓN HISTÓRICA «Me crié en Little Italy, en un pequeño apartamento de la calle Mott». Luca era un niño de tan solo siete años cuando su padre fue asesinado por un mafioso en 1929. Además de...