Capítulo 5

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No volví a ver a aquel niño hasta casi dos años más tarde, unos días antes de Navidad. La verdad es que ya no lo recordaba. Solo me di cuenta de que Anthony y el niño del carruaje eran la misma persona muchos años después. Puede parecer un personaje superficial, pero creo que puedo decir sin duda alguna que Anthony fue de las personas que más marcaron mi vida por los hechos que más adelante os contaré.

Antes de narrar mi reencuentro con Anthony, creo que debo destacar que aquel fue el año en el que Matteo hizo su primer contacto con el nacionalismo italiano. Era el verano de 1931, y él tenía catorce años recién cumplidos, mientras que yo tenía nueve.

Él y yo volvíamos de hacer un recado para nuestra abuela cuando nos encontramos con un pequeño mitin. La mayor parte de la gente que transitaba aquella calle no escuchaba al ridículo hombre que estaba hablando subido a un pequeño banco de madera, y los que lo escuchaban, en su mayoría lo hacían para reírse de él.

—¡Los británicos y los franceses se han reído de nosotros! ¡Vergüenza! ¡Nos han insultado! ¿De qué nos sirven sus ridículas cesiones? Trentino, Tirol del Sur, Zara... ¡Hambre y miseria, eso nos han dejado! ¡Por Dios, recuperemos lo que un día fuimos! ¡Seamos los orgullosos hijos del César! ¡No dejemos que los sucios y retorcidos comunistas nos lleven a la desgracia rusa!

Él era un hombre bajito y estaba bastante gordo. Llevaba un sombrero negro y gritaba con fuerza. Yo pensé que solo era un payaso, alguien que había bebido demasiado, pero mi hermano lo escuchaba con interés.

—¡Tú! —El hombre señaló a mi hermano—. ¿Cómo te llamas?

Yo tiré por su brazo. Quería marcharme de allí.

—Matteo —contestó.

—¡Oh, joven Matteo, no dejes que te engañen los comunistas con su lengua viperina! ¿Sabes lo que es el comunismo?

Mi hermano negó.

—Mejor así —respondió el hombre—. Que sus ideas no te nublen la cabeza, muchacho. Alcanzarás grandes cosas si luchas contra su desvergüenza y sus mentiras. ¡Sé un buen italiano! ¡Un hombre de verdad!

Mi hermano asintió y después empezamos a caminar. Yo empecé a hablarle de otras cosas, pero él no me escuchaba. Seguía pensando en lo que le acababa de decir aquel señor.

***

Desde aquel momento, mi hermano se empezó a interesar por la política y cada día llegaba a casa con una nueva idea que, según sus propias palabras, «uniría a Italia contra el gran mal europeo».

Muchas veces resultaba cansino y no hacía más que repetir como un loro lo que aquel hombre, Luciano Cirillo, decía. Mi hermana Tosca y yo protestábamos, cansados de él, mientras que mis abuelos y mi madre optaban por dejarlo hablar sin prestarle atención o sin llevarle la contraria. Aun así, todos habíamos notado una creciente tensión entre el abuelo y Matteo.

Aquel mismo día que yo me reencontré con Anthony, Matteo se había escapado como tantas otras veces a escuchar a aquel hombre. Mi madre nos había enviado al nonno y a mí a buscarlo: era tarde y la cena enfriaba.

Caminábamos en silencio. Hacía frío y  todo estaba muy oscuro. Yo realmente no sabía a dónde íbamos, pero mi abuelo me guiaba con paso de hierro. No paraba de gruñir y de frotarse las manos. Siempre se quejaba de que el frío hacía que le doliesen las extremidades, y no le había hecho mucha gracia tener que salir a por Matteo mientras nevaba.

Me preocupé por Jacob y esperé que Helen le hubiera permitido quedarse con ella. Y Andrew... Estaba acostumbrado a pasarlo mal, pero no es agradable para nadie dormir a la intemperie con temperaturas bajo cero.

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