PARTE 1 INFIERNO (CAPITULO 8):

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Mientras el calendario corría, me iba adaptando más en el círculo de la pandilla. Hacía encomiendas, robaba y traía comida. Lo único que el jefe no deseaba que hiciera, era ser expendedora de droga. Decía que aún no estaba lista para esa labor. Y que cuando lo estuviera, me pondría una tarea grande.

De dos semanas que llevaba cumpliendo con mi deber, solo me reprendió una vez. Y fue por hacer cosas en la casa, sin su consentimiento. Estaba menstruando, necesitaba una ducha con urgencia y pensé que si lo hacía a media noche, nadie se daría cuenta. ¿Su castigo? Obligarme a dormir desnuda en medio del grupo. Solo en la madrugada, luego del frío y la vergüenza, además de la rabia, una de las muchachas se atrevió a darme ayuda, prestándome su ropa y toallas higiénicas, que si yo no conseguía por mi cuenta, tambien eran un privilegio entre las mujeres.

Los días que no me drogaba, eran lúgubres, la pasaba con dolores de cabeza, demasiada ansiedad, mal humor, mareos y a veces hasta vómitos. Los que sí lo hacía, me pegaba más fuerte la droga. Sentía que el corazón se me iba a salir, y que los ruidos sonaban estridentes en mis oídos.

Por eso me ponía a veces de precavida, guardando pequeñas cantidades, así fuera solo unos granitos para tener a diario y no pasar abstinencia.

Me levanté con el ruido de la calle, y mucho antes que mis demás compañeros. La espalda dolía, de lo duro que a veces era el suelo. Solo el Líder tenía una especie de catre. Cuando me iba a dormir, que recién me pasaba el efecto de los estimulantes, no notaba mucho el duro cemento. Otro cantar era ya en la mañana.

Me asomé al techo, ciñéndome en la cabeza el gorro rojo, por el frío de seis de la mañana. Solo el jefe del combo estaba despierto, mirando a la nada, y fumando lo que reconocí como un porro de marihuana. Al verme me invitó a su lado.

—Únete a mí, Chata, veamos como las mulas trabajadoras van a su infierno de empleo—miré con el los autos que pasaban raudos, queriendo evitar esta zona.

Nos consideraban una plaga.

—Puede que ahora desde esta perspectiva, lo consideremos peste de empleo, y gasto de tiempo, cuando nosotros no hacemos nada, y conseguimos todo, pero todos en algún momento hemos soñado con algo de eso—

Me pasó el tubo para que yo diera una chupada. Boté después una bocanada de humo. Se lo devolví.

—Pues sí. De niño yo soñaba con ser un empresario de renombre y viajar en avión, clase elegante, con todas esas chucherías de los ricos—lo miré de lleno.

— ¿Qué pasó?—estiró la boca, en un rictus molesto.

Su cabello era rapado a los lados y largo arriba, tenía siempre una camisilla blanca, dejando sus pocos músculos al descubierto. Un arete en la oreja, y una cadena en el cuello. Los jeans rotos y algo sucios.

—Mi padre se convirtió en uno de ellos, y se olvidó de que mi madre y yo le ayudamos en ello. Nos abandonó. Desde entonces aborrezco a los que se les parezca—luego de darle una calada, me lo pasó para que repitiera.

— ¿Qué pasó con tu madre?—su semblante era perdido.

—La desprecié. Después de que dejara escapar a papá, ella no era nada para mí. Me fui de la casa, y le dije que no deseaba verla nunca más en mi vida. Y así fue. El resto... es demasiado absurdo para discutirlo con una pilla como tú. Camina, tengo algo que encomendarte el día de hoy—de forma tambaleante, por el consumo del cigarro, lo seguí al interior de la casa, con el tubo en mi mano.

Cuando iba a dárselo de regreso, lo despreció con la mano.

—Quédatelo. Te dará valor para lo que necesito que hagas—le di otra chupada, respirando con un poco de dificultad.

Gabriel Corazón. L1 de la Bilogía: El ángel de mis sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora