PARTE 1 INFIERNO (CAPITULO 16):

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Lo miré fijamente, aun con su mano en mi rostro. Había pensado hace unos momentos mientras sentía el roce, que se trataba de la caricia de un ángel. Ahora veía que era todo lo contrario. Estaba tocando la cicatriz que hace ya tanto tiempo me hiciera Líder, con el cinturón.

— ¿Se puede saber que está haciendo?—pregunté seria, mientras el apartaba la mano muy despacio.

No estaba molesta. Pero tampoco era que estuviese más que halagada.

—Estaba... yo estaba... vigilando todo en el cuarto—casi deseé rodar los ojos.

— ¿Sí? ¿En dónde? ¿En mi cara?—vi como sus mejillas se teñían de rojo, por la vergüenza—se lo volveré a preguntar. ¿Qué estaba haciendo?—traté de sentarme de mejor forma, como para darle más seguridad a mis palabras.

Aún estaba muy cansada y dolorida. Y ese solo movimiento me provocó una mueca de dolor.

—Ya dije que estaba...—señaló todo lo que había alrededor. Afirmé.

—Además de vigilar el cuarto. Me estaba tocando—

—Solo era la mejilla—

—Pero me estaba tocando—

—Un roce...—

— ¡Me! ¡Estaba! ¡Tocando!—me estiré— ¿Por qué?—

— ¿Quién le hizo eso?—señaló la cicatriz.

—No es de su incumbencia. ¿Por qué la estaba tocando?—cerré los ojos.

—Si quiere saber, responda primero quien lo hizo—suspiré.

—Fue hace muchos años. Un castigo. Nada importante. ¿Me va a decir ahora porque mierda en esta vida, me estaba tocando la mejilla?—

— ¿Un castigo porque?—

— ¡Yaaaa!—grité.

—La toqué por simple curiosidad, porque son heridas de un pasado, porque alguien le hizo daño, y no puedo imaginar porque—no supe porque razón, con solo escucharlo y recordar ese día, hizo que se me brotaran las lágrimas.

—No es necesario que lo haga. Porque ni siquiera es de su interés, el motivo—lo miré muy seria—no me vuelva a tocar. Nunca. No tiene mi permiso y ninguna razón para hacerlo...—

— ¡Perdón!—alzó la voz por encima de la mía. Me callé—si lo que necesita es que le pida perdón, lo lamento. Por lo de ayer, y ahora por esto—

—Habla de... intentar robarme el gorro—se alejó unos pasos, bastante molesto, y la cola de caballo que tenía, se le sacudió.

Solo apenas podía reparar bien en sus rasgos. Los ojos castaño oscuro, el cabello largo con unos cuantos mechones dorados entre el marrón, barba y bigote abundante, piel morena, alto. Grandulón. Esa era la definición. Lo suficiente, como para derribar una puerta sin mayor esfuerzo. Hasta la misma ropa mostraba rudeza. Y sus botas pesadas eran la prueba.

— ¡Ya dije que no iba a robar nada! Iba a subir a mi auto, la vi caer, quise ayudar, y usted me insultó. Es una estupidez pedir perdón por querer ayudar a alguien. Pero bueno, si es lo que necesita, lo siento—

—Pues gracias—apreté los dientes—si eso le sirve a usted—gruñó.

—Ya era hora—masculló.

— ¿De que usted se disculpara? Sí. Se estaba demorando bastante—ignoró mi comentario, no diciendo nada, y mirando por las ventanas del cuarto—ahora váyase—

— ¿Por qué?—me miró.

—Porque no lo quiero aquí. ¿Dónde está Manchas?—

—En la sala de espera—

Gabriel Corazón. L1 de la Bilogía: El ángel de mis sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora