Al salir del cuarto, lo primero que hizo fue recostarse en la pared, mirando al techo.
Como podían cambiar las cosas en un día. O semanas. Pasar de odiarlo a pedirle abrazos y qué le sujetara la mano ante una inyección. Si no lo veía no creía. Para ser tan fuerte por estar en las calles, le temía a algo tan inofensivo como las jeringas para medicamento. Y no entendía como ella tenía el poder para cambiar su mal humor. Había llegado iracundo de la salida con Antonella, y con solo encontrarla llorando en el baño, la rabia se le había pasado.
Se podía notar en su semblante como a ella la había dañado la calle poco a poco. No confiaba en nadie, se cuidaba de muchas cosas siendo cautelosa. Y al igual que los demás rehabilitados del centro, odiando a Dios al comienzo, creyendo que Él la había abandonado.
Al menos hoy había iniciado el proceso de rehabilitación. Solo esperaba que le durara mucho y no tuviera más recaídas. Él le había prometido que en el centro la iban a ayudar, y el que tuviera alguna, sería como defraudarla. Que perdiera tambien la poca confianza que le había puesto, en sí misma. Tirara la toalla y no quisiera luchar más. Habían ocurrido casos en el centro. Incluso de rehabilitados más avanzados, que al final simplemente no habían creído en lo que eran capaces, y tiraron la toalla a último minuto, quitándose la vida.
Negó con la cabeza.
Como su nuevo amigo, él debía creer en que María superaría esto. Le había visto determinación. Y era esa la que debía usar para salir adelante.
Se alejó por el pasillo, con dirección al comedor, donde ya debía estar Fernando a mitad del plato. Andaba siempre tan atareado que se había acostumbrado a comer rápido. Y aunque no tuviese pendientes, se tragaba la cena de golpe. Saludó a algunos médicos y enfermeras conocidos en el camino, y luego de bajar las escalas, se adentró en la casona y luego en el restaurante. Había más personas de noche que en la mañana. Ya que la mayoría de los que salían a predicar, ya habían regresado y contaban sus experiencias.
Lo encontró, en una mesa del fondo, sentado con Manchas. La señora Esmeé, ya terminaba de recoger la comida para llevársela a María. Iba en una charola y parecía un plato de sopa. Se encaminó hacia allí, sin hacer fila para la cena. La charla con María lo había dejado meditabundo, y no tenía hambre. Tal vez al llegar a la casa se prepararía algo de comer, para no molestar a la señora Mónica.
Ambos lo miraron, cuando se sentó en la mesa.
—Gabriel—le sonrió Manchas, comiendo un panecillo y ya con el plato de sopa limpio.
—Hola, Manchas—miró a su hermano— ¿Qué tu no acostumbras sentarte con colegas?—alzó los hombros.
—Hoy quería platicar con una de mis pacientes. ¿Algún problema con eso?—la chica agachó la cabeza con una leve sonrisa y las mejillas rosadas.
—No. Pero ayer tambien dialogaste con ella—miró a la mesa, donde estaban los demás médicos, que le hacían señas.
—Tu como que tienes un problema y necesitas hablarlo con Isabella, ¿eh? Si quieres que me vaya solo dilo—
—No. Yo solo estoy diciendo—afirmó, tomando los platos y poniéndose de pie—me parece curioso—
—Sí, claro. Le haré caso a mi conciencia y me iré por un poco de pudin. Quizás te dé tiempo de contarle a Isabella que el Arcángel Gabriel está de nuevo haciendo de las suyas—le sonrió de forma socarrona.
Cuando se retiró, ella volvió a mirarlo, ya con sus rizos empezando a caerle en los hombros, y no liso.
— ¿Debo hacerle caso yo tambien a la conciencia de Fernando? ¿Quieres decirme algo?—negó.
ESTÁS LEYENDO
Gabriel Corazón. L1 de la Bilogía: El ángel de mis sueños
RomanceMaría, fue abandonada por su madre en un orfanato, cuando solo era una bebé. Y a sus doce años escapó. Dispuesta a buscarla y pedirle explicaciones. Ahora con veintidós años, conoce todas las drogas que pueden existir y vive entre la inmundicia que...