Suspiró muy quedo, sintiendo los labios de él, rozando los suyos, mientras conseguían retroceder hacia la cama. Lo iban a hacer. Y ella no podía estar más feliz. Se iba a quedar con él. En el centro. Sin importar lo poco o mucho que tuviera para hacer allí. Solo una palabra necesitaba. Solo una súplica. Y ella se quedaría. Y que agradecida se sintió de que hubiese sido su Fernando quien se lo pidió.
Sus manos la acariciaron muy delicadamente, diciendo, sin necesidad de palabras lo que sentía por ella. Lo que ambos sentían justo ahora. Que se amaban. Que iban a ser uno solo. Que nadie los iba a separar. Cuando entró en el centro con su amiga, imaginó que iba a pasar de todo. Tener frustraciones, dificultades para conseguir superar su adicción al éxtasis, incluso ser el soporte de María, porque de las dos, era la que peor estaba. Pero nunca pensó que encontraría un bonito amor correspondido en los brazos de Fernando, ni que ese día, justo en ese momento, ella estaría a punto de entregarse a él y estar dispuesta a quedarse en el centro de rehabilitación, solo por él.
Lo primero en desaparecer, fue su suéter de lana, sacado por la cabeza y arrojado lejos. Ella terminó de sacarle la camisa por los hombros, rozándole la piel, pasando sus manos por su cuello y los brazos. Sentada en la cama a su lado, dejó que le apartara los cabellos del rostro y le llenara de besos, las mejillas, la frente, y la nariz, antes de besarla en la boca. Rozó su pecho desnudo con los dedos, sintiendo el calor de su piel, el latir acelerado del corazón. Una cicatriz cerca de las costillas izquierdas. Lo miró a los ojos. Esos preciosos pozos negros que irradiaban seguridad y amor.
— ¿Qué pasó aquí?—la cicatriz blanca, contrastando con su piel morena, era una línea rugosa, horizontal.
Supo reconocer que había sido provocada por arma blanca.
—Gajes del oficio. Lidiar con adictos, es un poco difícil a veces. Trajeron a uno de los chicos al centro, y no tuvimos la consciencia de requisarlo antes de entrar. Portaba una navaja. Y al parecer no le gustó que le diera órdenes para dejarse revisar—negó después, tomándola de las mejillas—ahora no importa. Él ya se rehabilitó. Y estando aquí a solas contigo, hay temas más importantes y menos sanguinarios—
Ella respondió a su beso con igual avidez y amor. Estremeciéndose entre sus brazos. Nunca había sentido esta pasión, todos sus sentidos puestos en él. Las mariposas, la respiración agitada. La necesidad en el centro de su cuerpo, de volverse uno con él. Lentamente, sus labios recorrieron sus mejillas, la mandíbula, rozando la barba con la lengua, descendiendo al cuello y al pecho. El gimió, acariciando sus brazos.
—Isabella...—siguió el sendero de besos hasta llegar a la cicatriz.
—No fui yo la que ocasionó la herida. Pero quiero sanarla—le dio otro beso en la cicatriz—con mi amor. Te quiero, Fernando—
Antes de que ella le diera un beso más, él la tomó de las mejillas, besando su frente.
—Ven aquí—suspiró, dejándose recostar en la cama, con sus brazos rodeándola—tú ya lo has sanado todo. Mis soledades, tristezas. Y me has enseñado muchas cosas—lo abrazó con una sonrisa.
—Ámame—susurró—ámame ahora, por favor—
Se dejó acariciar, remover la ropa. Las manos de su Fernando derritieron cada centímetro de su cuerpo, volviéndola extremadamente febril. Su boca recorrió su pecho, llevándose a su paso el sostén blanco, de encaje. Se arqueó contra la cama cuando él la rozó con ternura, en una zona que ella nunca pensó, podría provocarle tanto placer. Se mordió el labio, apretando las sabanas.
Al fin iba a ser suya.
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Gabriel Corazón. L1 de la Bilogía: El ángel de mis sueños
RomansaMaría, fue abandonada por su madre en un orfanato, cuando solo era una bebé. Y a sus doce años escapó. Dispuesta a buscarla y pedirle explicaciones. Ahora con veintidós años, conoce todas las drogas que pueden existir y vive entre la inmundicia que...