PARTE 1 INFIERNO (CAPITULO 17):

378 35 9
                                    

NOTA INICIAL DE AUTORA: EN MULTIMEDIA MARÍA

Pasaron diecisiete minutos desde que dejaron a Manchas en la casita dentro de la Avenida de Greiff, y por fin estaba en casa. Y con una invitada. Era la primera vez que alguien, además de Antonella, el ama de llaves, y sus padres, conocía el apartamento donde vivía. En un edificio de diez pisos por la zona de El Chagualo. Su casa era en el piso sexto.

Bajaron del auto, aunque su acompañante de mala gana. Estuvo todo el camino molesta, y más cuando su mejor amiga se bajó en la Avenida. Al parecer, ella al igual de lo que estaba el, no quería dejarla sola. Le dijo, cuando se despidieron, que tuviera mucho cuidado. Ella estaba en esa banda protegida, por la intercesión suya. Y que sin ella allí, no sabía quién Campanita, podía hacerle daño. El resto del recorrido fue silencioso, a parte de las quejas de María, deseando soltarse los lazos de las manos y las maldiciones e insultos al no conseguirlo.

Él le soltó las cuerdas, ayudándola a bajar además, por el dolor en el estómago, y fue como si el quitarle los nudos de las manos, le destapara tambien la boca. Quejándose por el plan llevado a cabo y que fuese de una forma tan infantil, que la ataran de manos, creyendo que ella huiría.

Y de hecho estuvo por hacerlo, antes de subir los ascensores, buscando un poco de complicidad en el vigilante del edificio. Ahora, delante de la puerta de la casa, esperaba que todo fuese mejor. Si sus órdenes habían sido acatadas, la señora Mónica le tendría una comida suave, preparada para los dos, y el segundo cuarto de invitados, donde dormían sus padres cuando venían de visita, preparado con todo. Era el segundo mejor de la casa. Con grandes ventanales, el baño espacioso, y la cama doble. María podría agradecer, descansar en un lugar cómodo en mucho tiempo. Si se ponía de presumido.

Le cedió el paso primero, esperando para entrar, mientras ella caminaba a su ritmo, teniendo cuidado con las heridas del estómago. En la cocina, se escuchaban ruidos de casos y comida al fuego. Y el aroma lo confirmaba. El ama de llaves ya terminaba la cena para ellos. Suspiró.

—Bien, María. Esta es tu casa en los próximos días, o incluso semanas. Siéntete cómoda y libre de usar lo que necesites—ella solo lo miró en silencio, pasando los ojos por todo lo que había alrededor.

Los techos blancos, los cuadros de las paredes, las vistas del balcón, a buena parte de la ciudad. El comedor, los cuartos. Sus ojos se posaron en una escultura de una bailarina en cristal y la de un pavo real. Regalos de su madre, cuando recién había adquirido el apartamento.

—Qué bonito—susurró, rozándolos con los dedos un segundo, antes de seguir avanzando por la casa.

Lucía apagada, como un corderillo tímido, después de pelear tanto.

Miró a la cocina.

—Doña Mónica, ya hemos llegado—anunció.

La mujer, dejó lo que hacía, secando sus manos en un paño y luego en su delantal.

—Ya están aquí. Bienvenidos de vuelta—los miró a los dos.

—Mónica. Quiero presentarte a...—la miró sin saber cómo llamarla, si peleaban a cada rato—digamos que más o menos una amiga. Ella es María. María, te presento a mi ama de llaves, la señora Mónica—la mujer la miró, sonriendo con amabilidad y extendiendo su mano para estrecharla. En sus ojos se formaron arruguitas al sonreír.

Ambas se miraron fijamente, María, dudando o como si viese algo familiar o peculiar en su rostro. Y la otra mujer pareció detectarlo, porque tambien se quedó observándola estática.

—Es... es un placer—le estrechó la mano de mala gana, aunque con una débil sonrisa en el rostro.

—Igualmente, querida—miró a su jefe—la cena estará en cinco o diez minutos, señor Gabriel—el afirmó, poniéndole la mano en el hombro.

Gabriel Corazón. L1 de la Bilogía: El ángel de mis sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora