Le falló el equilibrio, mientras contemplaba el horror de tantas cicatrices. Patty pareció detectar algo en su semblante, porque lo miró inquisidora y quizás confundida porque él tuviera la boca abierta.
¿Quién le había hecho todo esto? ¿Y con qué? ¿Cómo se atrevieron a herirla de esta forma? ¿Qué animal, la había tocado así?
Una imagen borrosa, del cuerpo ultrajado de su hermana, se coló en su cabeza. Sintió deseos de vomitar. Se contuvo. Le empezaron a escocer los ojos. A hormiguear las manos, de los deseos de abrazarla, meterla en su corazón y resguardarla de todo peligro.
—Denme un segundo—salió del baño casi a tropezones, recostándose en la pared y apretándose los ojos con la mano, no queriendo llorar.
Miró después al techo del cuarto, apretando los puños. Quería matar a aquel o aquella que se había atrevido a tocarla y generarle esas cicatrices en su piel. La señora Esmeé salió del baño.
— ¿Señor Gabriel? ¿Está bien? Lo veo pálido—negó—le dije que era mejor que yo me encargara—
— ¿Le viste la espalda? ¿Le viste las cicatrices?—susurró. Ella frunció el ceño— ¿Quién le hace esa atrocidad a alguien, Patty?—
—No las vi. Pero... estoy segura, que animales. Malas personas. Demonios—cerró los ojos—váyase. Yo continuó con la tarea. Parece que le está dando duro—negó.
—No. No me voy a ir. No la voy a dejar sola ahora. Ella me pidió que la acompañara en el baño y eso voy a hacer—se enderezó, escondiendo todas las emociones—y no le diga nada—afirmó.
Volvió a entrar, y ella ya estaba en la bañera, mirando a la nada, quizás con la cabeza dando mil vueltas. No dijeron nada. Solo lo necesario, mientras la ayudaban a bañar entre los dos. Removieron las manchas de sangre, le lavaron el cabello y la dejaron oliendo a jazmines. Algo mejor que la mezcla de vómito, sangre y orina.
—Sacaré esto del cuarto—los dejó a solas la mujer.
Ya estaba lista.
Tomó la bata de baño y la ayudó a salir de la bañera, mirando solo su rostro, queriendo que ella se sintiera cómoda y tranquila. Con cariño, la cubrió con ella, hasta dejarla abrigada.
—Ya quedaste—afirmó, dando las gracias en un susurro.
Las manos al frente, la cabeza gacha. Se le encogió el corazón de verla así. Tomó su barbilla, levantándole la cabeza, obligándola a que lo mirase. Tenía los ojos vidriosos. Y apretaba la boca, conteniéndose.
— ¿Estás bien?—no respondió—puedes contarme lo que sea y sabes que siempre estaré allí—le rozó el labio con el pulgar.
—Tengo mucho miedo. No quiero esto, Gabriel. No quiero vivir—el negó, mientras la atraía a sus brazos. Escondió la cabeza en su pecho, con las lágrimas bajando por su rostro.
—No. No digas eso—la apretó contra sí—solo estás teniendo una mala racha. Pero las cosas van a cambiar—miró a su alrededor hasta encontrar una silla, sentándose en ella, y subiéndola a su regazo, abrazándola como a una niña—y yo estoy aquí contigo. Nada va a pasarte mientras me tengas a mí—sorbió por la nariz.
—Y ya estoy harta de llorar—se secó el rostro con brusquedad—harta de que me vean hacerlo—
— ¿Por qué?—
—En la banda, Magnolia era la líder. Y siempre decía que llorar demostraba que éramos débiles. Que éramos unas blandas. Que las mujeres del combo nunca debían llorar—la sintió estremecerse—y vaya si nos lo enseñó a las malas—el negó, tomándola de las mejillas.
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Gabriel Corazón. L1 de la Bilogía: El ángel de mis sueños
RomanceMaría, fue abandonada por su madre en un orfanato, cuando solo era una bebé. Y a sus doce años escapó. Dispuesta a buscarla y pedirle explicaciones. Ahora con veintidós años, conoce todas las drogas que pueden existir y vive entre la inmundicia que...