PARTE 1 INFIERNO (CAPITULO 1):

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Medellín, 5 de marzo de 2002

Era ya casi solo oscuridad, cuando la campana de la cena, sonó en todos los pasillos de la casa, donde se había instalado el orfanato. Momento en que la directora y mi madrina, nos convocaba a pasar al comedor, escuchar una breve oración de labios de las cocineras, y empezar a comer. ¿El plato de hoy? Estofado de carne. Aunque yo lo llamaría sobras del almuerzo.

La pequeña campanilla, sonaba tres veces, en un intervalo de cinco, diez y quince minutos. Las dos últimas, para aquellos que estando en el jardín o incluso la azotea de la casa de dos pisos, no la habían escuchado. Yo las oí. Las tres. Las puertas abrirse. Incluso los gritos de algunas de mis compañeras del bloque femenino. Nos dividían a niños y niñas en dos alas. Ellas deseaban llegar primero a la fila, conseguir los mejores puestos. Yo no.

No me levanté. Ni siquiera iría a cenar. No porque fuese uno de mis platos menos favoritos. Simplemente no tenía apetito. Tampoco era un motivo, que como toda niña de doce años, comiera dulce de más, esta tarde, cuando Sofía y Consuelo las de la cocina no me veían. Era que hoy me había enterado de una verdad. Mi verdad. La que encerraba mi vida, y que desde los seis años no había querido creer. El lugar en el que estábamos: El Orfanato de la Caridad, de la señorita Celina Grajáles, no era el sitio donde llegaban los niños perdidos o donde pasábamos el rato. Era el hogar donde llegaban los niños y niñas que sus padres no querían. Como cuando te ofrecen algo y lo rechazas.

El lugar donde van a parar los niños como yo. Que fueron un error en la vida de sus padres. Aquí había terminado desde mi nacimiento, porque mi verdadera mamá, había decidido que yo no era muy bonita, dulce o especial para quedarse conmigo. O quizás ya tenía otros niños a quienes amar, y conmigo ya eran multitud. A pesar de todo, una pequeñita parte de mí, se resistía a creer que en serio ella pensara en dejarme aquí, sin siquiera darme una oportunidad. ¿Y si tal vez me arrebataron de sus brazos, me perdí, y terminé aquí? ¿Y si la extraviada era ella y yo la debía encontrar?

Dejé que los minutos pasaran, incluso que la señorita Grajales, mandara a Camila a buscarme. Una de las compañeras de mi cuarto. Éramos seis en él, en total. Camila, Ximena, Karen, Celeste, Angie y yo. Y cuando la puerta del cuarto se abrió, yo simplemente di la espalda.

—Te están esperando, María—miré la pared, con un poco de pedazos de la pintura arrancados.

Algunos incluso los había cubierto con mis dibujos e imágenes de la Virgen de Fátima. Tenía cierta adoración por ella, desde que mi madrina me diera una pequeña estampita. Pero ya las imágenes se me habían acabado, y los deseos de hacer dibujos de mi familia imaginaria y yo, tambien.

—No voy a bajar—balbuceé—no tengo hambre—se acercó, mirándome de frente, apoyada en la pared.

Era un año mayor que yo.

—Pero es estofado, y de postre, la señorita Grajales ha permitido que comamos un poco de helado y fruta—negué.

—No quiero. No tengo hambre. Ya te lo dije. Ve tú a comer—

— ¿Estás así por lo que dijo Yamile?—alcé mis hombros, mirando el suelo.

—Mamá no me quería. Ella vio mi expediente y se dio cuenta—se sentó a mi lado en la cama.

—A ninguno de nosotros nos querían, María. Tú al menos no eras consciente de lo que pasaba cuando te abandonaron. Mamá me trajo cuando yo tenía cinco. Me sentó en las escalas, tocó al timbre y me dijo que la esperara allí cinco minutos. Como única compañía tenía mi bolso y un paquete de ositos de goma—

Mi madrina me había contado la historia. Una niña llorando y gritando porque la entraron a la casa a la fuerza y su madre nunca volvió.

Le pasé un brazo por los hombros, esperando que nos brindáramos apoyo entre las dos. Pero solo se desprendió de mí, no queriendo que la tocara. Si había algo que a Camila no le gustaba era la compasión.

Gabriel Corazón. L1 de la Bilogía: El ángel de mis sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora