PARTE 1 INFIERNO (CAPITULO 13):

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Eran las diez de la noche, cuando llegué a la guarida, después de una misión con Magnolia. Al parecer el dinero que le llevé como contribución, no le había valido, y necesitaba más. Tuve que hacer de campanera, avisando si venía Paola. Campanita estaba dentro de un garaje abandonado, y yo debía darle tres golpes a la puerta metálica, para avisar si pasaba algo.

Horas más tarde, cuando se asomó, me hizo entrar, tirando de mi brazo. Mi nueva misión, era llevar un cargamento de droga hasta la banda, sin ser vista. Me ataban los paquetes al estómago, y si me entraba la tentación de consumirla, debía recordar que me castigarían. No el mismo castigo que me hizo Líder, años atrás. Pero si uno ejemplar que me sirviera de escarmiento. Al salir, ella tomó un camino diferente a mí, corriendo y ordenando que me esfumara.

La llegada a la pandilla, habría sido fácil, si no me enterara que la policía sabía de este encargo y me buscaban. Cuando entré, vigilando que nadie me hubiese visto, y ya solas las calles, Magnolia no había llegado aún. Y solo Manchas, me esperaba despierta.

— ¡María! Al fin llegas. ¿Dónde estabas?—me siguió, mientras yo subía las escalas, despegando la cinta extra fuerte, y la mercancía que llevaba en mí, antes de que decidiera abrir la droga y acabármela toda. Gato bajaba las escaleras de forma tambaleante y con una botella en mano.

—Holaaaaa, bonita—me lo quité de encima cuando puso un brazo en mis hombros, besándome la mejilla.

—No molestes, Samuel—él sabía que cuando lo llamaba por el nombre y no el apodo, era mejor alejarse.

Esta vez no le sirvió.

Manchas pasó de él, siguiéndome.

— ¿Chata? Estaba preocupada. ¿Dónde andabas?—

Parecía una madre fastidiosa. Eso teniendo en cuenta que yo nunca había tenido una.

—Cumpliendo una encomienda. No preguntes—el chico nos siguió.

Cuando dejaba el paquete en el cuarto, y volvía a salir, Gato me abrazó.

— ¿Por qué estás tan esquiva conmigo?—me besó el cuello.

—Ashhhh, ya déjala, Gato—Manchas trató de apartarlo de mí.

—No te metas, negra—la empujó.

Con rabia, lo aparté de mí y le di una bofetada. Estaba tan ebrio, que sin más, cayó al suelo sin equilibrio.

— ¡Que te quites, pirobo!—apretó los puños, tratando de ponerse en pie— ¿no te da el cerebro o qué?—me empujó.

—Lo vas a lamentar por ese rechazo, zorra de mierda. Siempre has sabido lo mucho que me gustas, y te haces la tonta. Pues ahora vas a pagarlo. Nadie me rechaza—cuando yo le enseñaba el cuchillo, dispuesto a herirlo si se acercaba un poco más, él se alejó, con una mirada asesina.

—Imbécil—Manchas me tomó las manos, intentando calmarme.

Cuando salí a la luz, vio mi cara, mi codo y rodillas.

— ¡¿Qué te pasó?!—se cubrió la boca.

—Nada, nada—alejé sus manos de mi—iba tras el gorro y me caí. No pasa nada—

— ¿Cómo nada? Te tienes que curar o te dará una infección—chasqueé la lengua.

—Bobadas. Ya vamos a dormir. Estoy cansada—me siguió, bajando las escalas.

—Últimamente estás cansada—afirmé.

—No es fácil ser indigente, Manchas—me detuvo del brazo.

Gabriel Corazón. L1 de la Bilogía: El ángel de mis sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora