A las diez de la mañana, la madre del doctor Fernando y de Gabu, llegó de visita al centro. Esa misma noche ella también tomaba un avión, pero de vuelta a su casa. Se presentó en el jardín, donde estaba con Gabriel aprendiendo francés, y para hablar conmigo.
—Hola hijo—lo miré, y el la ignoró por completo, buscando en un libro algunos ejercicios de pronunciación para mí—Gabriel. Te estoy saludando—la miró de forma seca.
—Ya te escuché la primera vez. ¿Qué es lo que quieres? Estoy en clases con María—ella apretó su bolso, ahora mirándome a mí.
—No vengo por ti. Ya nos vimos en casa. Y si, te voy a dejar en paz, yéndome esta tarde de vuelta a Bogotá. Vengo es por ella—me señaló.
No supe que sentir más, si miedo o curiosidad.
—Quiero hablar con tu amiga—Gabriel se puso de pie, tirando de mí.
—Sobre mi cadáver, Evangelina. No vas a hablar con ella—se cruzó de brazos, contrariada.
—Pero si ayer me dijiste que tú querías...—
— ¡Cállate!—di un brinco ante el grito.
—Quiero conocerla. No tuvimos tiempo de hacerlo el sábado—
—Y no tendrás tiempo de hacerlo nunca más. No tienes mi permiso de hablar con ella. A menos que quieras mientras yo esté presente—
—No—cortó.
—Gabu...—empecé—si tu madre quiere hablar conmigo...—
—Ella no es mi madre—me interrumpió—y esta conversación se acabó. Vete de vuelta a Bogotá y déjala a ella en paz y a mi tambien—me miró—toma los cuadernos. Se acaba por hoy la clase—obedecí, y antes de darme tiempo a decir algo más, tiró de mí, de vuelta al centro y lejos de su madre.
Aunque el dijera que no lo era.
Asfixiada porque el caminara demasiado a prisa, apreté su mano, mirando un segundo al jardín. El día era precioso, soleado. Y nuestro tiempo juntos, aprendiendo Francés, se había estropeado. Planté mis pies en el suelo, tirando de él, cuando empecé a sentirme mareada y muy cansada.
—Gabu, espera—se detuvo—no puedo ir tan rápido—jadeé—me mareo—suspiró, soltándome la mano.
—Lo siento, cariño—al final le dio un golpe al marco de la puerta—maldita sea, que es lo que quiere al buscar hablar contigo—
— ¿Hacer las paces tal vez?—me siguió cuando yo caminé hasta la puerta de mi cuarto, para dejar los cuadernos.
— ¿Ella hacer las paces? Jamás—cerró la puerta.
Me senté en la cama, esperando a que terminara de pasarme el mareo.
—Mínimo quería hacerte sentir mal—masculló dando vueltas por el cuarto.
— ¿Por qué?—
—Le choca que uno de sus hijos quiera a una...—se detuvo de golpe, negando con la cabeza.
—Dilo de frente, adelante. No tienes que ocultarme las cosas. No quiere que uno de sus hijos esté cerca de una drogadicta. ¿Verdad? Ella piensa que te voy a inducir a ese mundo—se acercó hasta mí.
—Ya no eres una drogadicta y lo sabes. Te estás rehabilitando—me tomó la mano.
—Sí. Pero eso es algo que ella... que el resto que lo ven todo desde afuera, no van a creer. Para los demás alguien que fue drogadicta, seguirá siendo drogadicta, no importa si las cosas han cambiado—
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Gabriel Corazón. L1 de la Bilogía: El ángel de mis sueños
DragosteMaría, fue abandonada por su madre en un orfanato, cuando solo era una bebé. Y a sus doce años escapó. Dispuesta a buscarla y pedirle explicaciones. Ahora con veintidós años, conoce todas las drogas que pueden existir y vive entre la inmundicia que...