Apretó los dientes una vez más, cuando sus ojos se desviaron por cuenta propia a la cocina. Diez minutos habían pasado desde que él se sentó a calificar exámenes y subir las notas al sistema, y no llevaba ni el primero terminado. Se distraía como un niño al que le enseñan algo aburrido y lo que hay fuera es más interesante. Y sí. Lo que había en la cocina, con sus cabellos ahora recogidos en una trenza y una mirada serena en el rostro, era más interesante. Pero primero estaba el trabajo. Ya de por si se había concentrado poco dando las clases, por pensar en lo que ella estaría haciendo, para que llegara a la casa y le pasara exactamente lo mismo.
—Creo que esto ya quedó. ¿Cuánto de azúcar?—la miró.
—Eee... dos cucharadas pequeñas—volvió la vista a la hoja que revisaba, de una de sus alumnas, afirmando el bolígrafo, deseando concentrarse de una maldita vez.
—Ahora sí. Ya quedó—
Apuntaba algo cuando ella apareció a su lado con la taza de café. Revolvió la bebida con la cucharilla y se la entregó.
—Gracias—la sopló, cuidando no quemarse—deberías irte a dormir ahora sí. Ha sido un día largo—la vio tomar la hoja, queriendo leer lo que el calificaba.
—Me... me gustaría quedarme un rato más contigo—la devolvió al sitio en qué estaba, tomando el libro en la mano.
—De acuerdo. Aunque yo tardo calificando—
Lo que quería era que ella se fuera. O no se concentraría, y para mañana no tendría nada calificado.
—Me quedaré—el claudicó, dando un sorbo a la bebida, escupiéndola después.
Ella se apartó de golpe, evitando que la salpicara.
— ¿Qué pasó?—hizo una mueca, cubriéndose la boca después— ¿estaba muy caliente?—
—Le echaste sal en lugar de azúcar—ella se golpeó la frente, mientras él se reía divertido.
—Gabu... lo siento. No era mi intención. Los frascos y el contenido son idénticos y... y me confundí—frunció el ceño, apartando la taza.
— ¿Y no están marcados los frascos? Le pedí a Mónica que pusiera cual era el de sal y cuál el de azúcar—ella negó, mientras se dirigían juntos a la cocina.
—Ninguno estaba marcado. Creí que el que había usado era el azúcar—negó.
El ama de llaves y sus despistes.
—Eso podemos resolverlo—señaló la mesa—trae una hoja, los rotuladores y las tijeras que están en la mesa—mientras el vaciaba el contenido de ambos en cuencos, ella corrió a traer lo pedido, para meter hojas marcadas en cada tarro y poderlos diferenciar.
Mientras ella se ponía en la tarea de marcarlos, el volvió a prepararse el café, poniendo el agua al fuego.
—Ya quedaron. ¿Así está bien?—se los enseñó.
—Sí. Vamos a meter el azúcar y la sal en cada uno—le ayudó, quedando demasiado cerca suyo.
Cerró los ojos, sintiendo el aroma de sus cabellos llegar a su nariz, obnubilándole los sentidos. Aferró el frasco cuando estuvo a punto de derramar la sal en el suelo. María se estaba convirtiendo para el en una peligrosa distracción. Cuando ella quiso tomar la tapa del tarro de azúcar, chocaron de frente.
—Lo siento—sonrió tímida y estiró la mano detrás de él—necesitaba la tapa—le apartó unos cadejos sueltos del rostro.
—Es inevitable—susurró, rozando sus labios con los dedos.
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Gabriel Corazón. L1 de la Bilogía: El ángel de mis sueños
RomanceMaría, fue abandonada por su madre en un orfanato, cuando solo era una bebé. Y a sus doce años escapó. Dispuesta a buscarla y pedirle explicaciones. Ahora con veintidós años, conoce todas las drogas que pueden existir y vive entre la inmundicia que...