Se fue la mañana y llegó la tarde, y por fin encontré un lugar donde quedarme a descansar, sin que nadie me molestara. La zona era conocida como: La Minorista. Y donde yo estaba, era el puente. Metida debajo en un rincón de donde este empezaba. Manchas no me había seguido. Después de mucho caminar, volteé a verla y ya no estaba. Aunque me sentí un poco descansada, de ya no escuchar sus protestas, tambien me dolía ver que había perdido a mi mejor amiga.
De nuevo sin hogar. De nuevo sola. Y no sabía que había sido de los de la banda. Si estaban muertos, en la cárcel, o solo me buscaban a mí. Y no iba a volver. Ese ya no era mi sitio, como no lo era el apartamento de Gabriel. Mi hogar eran las calles, mis camas el suelo y mi comida lo que sobraba, y estaba un poco bien para mí.
Me recosté en el muro, cerrando los ojos un segundo y después revisando mis heridas. La sangre de las heridas ya estaba seca. Y aunque no había vuelto a vomitar sangre, seguía dolorida y muy cansada. Tenía veintidós y me sentía como de noventa años.
Que mal envejecías con la droga.
Bajé la blusa. Con suerte aguantaría unos días más, y después ya veríamos.
—No pienses que te desharás de mi tan fácil—miré a un costado, donde Manchas estaba de pie, de brazos cruzados. Bufé.
—Volvió mi conciencia—balbuceé.
—Sí. Y para quedarme mucho rato, querida, ¿Cómo te parece?—
—A veces eres un grano en el culo, Manchas—miré mis manos.
—Pero no siempre. Eso significa que me extrañaste. ¿No?—se sentó a mi lado, mirando al frente como yo.
—Depende. ¿Hablarás como una urraca y me echaras cosas en cara otra vez?—suspiró, acomodando sus rizos.
—No. Si no es necesario. ¿Serás tú una terca que solo se queja y no actúa? Si la respuesta es no, yo lógicamente responderé lo mismo a tu pregunta—
—Bien. Si no hay de otra—me tomó la mano.
— ¡Bien! ¿Qué hacemos ahora, querida amiga?—la miré de lleno a su cara con rasguños y menos sucia que yo.
—Primero... que tu dejes de hablar como si fueras una de esas mujeres estiradas. Nada de querida—sonrió—segundo... pedirte que me perdones. Fui algo grosera contigo hace un rato, y lo siento. No era todo eso lo que quería decir—
—Pues yo tampoco. Y tambien te pido perdón por ello—rebusqué en mi bolsillo.
—Ahora dejemos los empalagos, y trae algo de comer con esto—le pasé el dinero robado—muero de hambre. Y si no como, te voy a asar en una fogata—quise bromear con ella para volver a la amistad de antes, pero ella solo miraba los billetes, contrariada— ¿Manchas?—
—No voy a hacer eso, María—cerré los ojos.
— ¿Por qué no?—
—Esto no es nuestro y lo sabes. Es de Gabriel—me lo devolvió.
—Es un dinero que me gané por vender cosas—
—Que no eran tuyas, María. Le robaste a Gabriel. Este dinero es suyo—
—Cuantas veces le has robado tú a las personas y no has dicho nada—me quejé, con el dinero en la mano.
—Porque ha tocado. Y porque son personas que no conozco. No puedo comer algo delicioso, si sé que en esa comida está un dinero hurtado y de nuestro amigo—
—Tu amigo—la señalé—Gabriel no es mi amigo—
—Bueno. De tu conocido. Yo no puedo, Chata—chasqueé la lengua, viendo los autos en el semáforo, y sus pasajeros observándonos con recelo y asco.
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Gabriel Corazón. L1 de la Bilogía: El ángel de mis sueños
RomanceMaría, fue abandonada por su madre en un orfanato, cuando solo era una bebé. Y a sus doce años escapó. Dispuesta a buscarla y pedirle explicaciones. Ahora con veintidós años, conoce todas las drogas que pueden existir y vive entre la inmundicia que...