— ¿Qué letra ves aquí?—parpadeé dos veces y traté de enfocar lo más posible, para distinguirla.
Todo en vano.
Parecía una R pero también una E o una C.
Estábamos en el centro, mientras el doctor Martín, un oftalmólogo y optómetra, amigo de Fernando, me revisaba. Tenía un parche en mi ojo derecho, para ver qué tal estaba mi vista en el izquierdo. Y ya notaba qué muy mal.
—Lo siento. No consigo verla—bufé, removiendo el parche.
Y ya el dolor de cabeza regresaba.
—Una última vez, María. Empecemos de cero evaluando cuales ves y cuáles no—
—Esto es absurdo, doctor. No veo casi ninguna. Solo las letras grandes. ¿Para qué hacer más exámenes? Esto solo me produce dolor de cabeza—
Gabriel me acarició el brazo.
—Será solo una última vez. Para que podamos ubicarte...—
— ¿En un nivel de ceguera?—respondí altiva, cubriendo mis ojos, porque hasta la luz de las lámparas me fastidiaba.
—No, María. Para saber qué tanto aumento deben tener los lentes qué uses. Sufres de miopía y fotofobia. Y necesito saber qué tan grave esta primera—
—No entendí nada de lo que dijo—apreté mis ojos cerrados—solo sé que me duele la cabeza cada qué trato de ver cosas lejanas—
—Eso es la miopía. Dificultad para ver objetos lejanos. Con lentes se puede mejorar. La fotofobia es la poca o nula tolerancia a la luz. Así qué te mandaré lentes qué también te ayuden con ese problema. Pero necesito revisarte una última vez, por favor—bufé de nuevo.
—Vamos, pequeña. Solo una última vez. Y ya podrás descansar—volví a ponerme el parche de mala gana.
Respondí a cada pregunta, sobre si podía ver esta o aquella letra. Y cuando llegamos a la de hace un momento, mi moral cayó al piso. Esa no podía verla ni aunque me esforzara. Él lo apuntó en una hoja y se encaminó a la computadora qué había conectado en el consultorio.
—Ya puedes quitarte el parche. Terminamos—Fernando, qué había salido un segundo, regresó, guardando su teléfono y mirando de uno a otro.
— ¿Entonces Martín? ¿Cómo la ves?—
—Como ya le dije a ella, sufre de miopía. Y debe usar lentes—me miró—te recomendaría más los lentes normales qué los de contacto. Por ahora. Estos segundos son más engorrosos y de mucho cuidado. Es mejor gafas comunes mientras te adaptas—afirmé.
Se puso de pie, y tomó una hoja qué salía de la impresora.
—Aquí está la fórmula. Puedes comprarlas en cualquier óptica. Ya tú decides el estilo—miré todo sin entender lo que decía la hoja. Aunque para alguien qué sabía de lentes sería más claro—y aquí está mi tarjeta. Necesito evaluarte en dos meses para ver cómo estás. Puedes pedir la cita y visitarme en mi consultorio—
—Gracias, doctor—le pasé la hoja a Gabriel, mientras su hermano le daba también las gracias a su amigo.
Salimos del consultorio, y el guardó la hoja en su billetera.
— ¿Cómo te sientes?—lo miré.
—Más tranquila, porque sé qué ese problema se resolverá pronto. Aunque vuelvo y repito, me veré rara—me froté los ojos— ¿cuándo iremos a comprarlas?—
— ¿Te parece mañana?—se ajustó la chaqueta.
Como en esta época del año, los nubarrones auguraban lluvia. Y hacía mucho viento. Comenzaba octubre y el mal clima.
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Gabriel Corazón. L1 de la Bilogía: El ángel de mis sueños
RomanceMaría, fue abandonada por su madre en un orfanato, cuando solo era una bebé. Y a sus doce años escapó. Dispuesta a buscarla y pedirle explicaciones. Ahora con veintidós años, conoce todas las drogas que pueden existir y vive entre la inmundicia que...