El día pactado llegó. Era viernes en la noche. Día de fundación, y luego día de salir con los amigos de la facultad a tomar algo en un bar. No había ido a visitar a María desde el martes, que la dejó en su cuarto, más tranquila, luego de contarle semejante historia tan fuerte. Lloraba a cada rato. Pero lo bueno era que tambien se iba sanando. Si no se sentía cómoda aun en el centro, era porque había cosas que tenía que sacar de la banda. Cambiar su chip y empezar de cero.
¿Cómo estaría ahora?
Esa tarde había llamado a su hermano, para saber de ella, pero o estaba muy ocupado con Manchas, o con algún paciente y casi no la pasaba en la oficina para contestar. Y el móvil lo tenía apagado. Tampoco iría ese día con él a la fundación. Y era una suerte. El terminaría y saldría directo para el bar donde lo esperaban, y aunque él siempre lo negara, Fernando nunca podía estar cerca del licor. Y juntarlo con sus amigos, sería una catástrofe.
Se acomodó el cabello, delante del espejo, luego de un baño. A menudo le gustaba más, recogido que suelto. Era muy dado a sentir fastidio del calor, y el cabello en la cara le estorbaba. Y se la estaba pensando seriamente, si no sería hora de un corte. Tomó la chaqueta y la caja con el chocolate caliente para llevar. Mónica tampoco podía ir con él. Su madre estaba en delicado estado de salud, luego de otro problema pulmonar, esa mañana. Los pobres de la calle, se perderían el privilegio de los dulces panecillos de su ama de llaves.
Lástima.
Tomó las llaves, lo alistó todo, apagó las luces y salió.
Tenía una misión que cumplir.
Me moví en la cama, con los ojos entrecerrados, y aun con mucho sueño, cuando escuché ruidos en la puerta. Podía agradecer ahora, que el insomnio desapareciera por noches y tuviera la posibilidad de descansar. En la puerta de mi cuarto, había una sombra. Me incorporé.
— ¿Chata?—bostecé, mirando a Manchas, abrazar su manta.
Parecía indefensa. Ella. Que siempre había sido la cuerda de las dos, la independiente.
— ¿Manchas?—traté de enfocar— ¿Qué pasa?—
—Puede sonar estúpido esto, pero... ¿puedo dormir contigo? Estoy desvelada y quiero compañía—le hice espacio a mi lado en la cama.
— ¿Qué te pasa?—se cubrió con su manta, dejando la mía, en paz.
—Hemos estado tan ocupadas las dos, que a duras penas he tenido tiempo de saludarte. Y no te lo había contado—encendió la lamparita de la mesa de noche y me pasó una hoja un tanto doblada y arrugada. Y quizás húmeda de lágrimas.
— ¿Qué es esto?—por culpa de la oscuridad y mi problema en los ojos, no podía ver muy bien las letras.
—Es una carta. Léela—negué.
—Manchas, no distingo bien las letras que salen aquí—se la pasé.
—Es una carta de mi padre. Viene el domingo a verme al centro—me senté de golpe.
— ¡¿Qué?!—Movió la cabeza en un asentimiento—viene a verte aquí. Después de años sin verse—
—Sí—abrí la boca.
—Manchas, eso es genial—negó— ¿no te gusta?—me tomó la mano.
—Tengo mucho miedo, Chata. ¿Qué pasa si al final se enoja y no quiere saber más de mí? ¿Si desilusionado, me saca de la familia, por lo que yo hice?—
— ¿Qué pasa si no viene?—me recosté de nuevo a su lado.
—Eso sería lo mejor que me podría pasar. Así no enfrentaría la situación. No tendría miedo y vergüenza—dobló la hoja.
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Gabriel Corazón. L1 de la Bilogía: El ángel de mis sueños
RomanceMaría, fue abandonada por su madre en un orfanato, cuando solo era una bebé. Y a sus doce años escapó. Dispuesta a buscarla y pedirle explicaciones. Ahora con veintidós años, conoce todas las drogas que pueden existir y vive entre la inmundicia que...