PARTE 1 INFIERNO (CAPITULO 24):

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Se imaginó que alguien le prestaría ayuda a María. Pero nunca pensó que sería el mismo hombre que la ponía nerviosa. Aunque su amigo Gabriel se molestó por la simple respuesta de que María no quería su ayuda, Fernando si se ofreció. Y puso su auto a disposición para ello.

Los acompañó al lugar, una chica más. Según el hermano de su amigo, una enfermera del centro de rehabilitación. Todo el camino se sintió incomoda. El hombre de ojos negros, no quería que ella fuese en los asientos traseros, porque el necesitaba que ella lo guiara a donde exactamente se quedaban. Así que mientras su compañera, de nombre Rebecca, iba atrás mirando su móvil y verificando que todo lo necesario para la curación, iba en el maletín del doctor, Manchas lo hizo adelante, con el cinturón puesto, las manos apretadas en su regazo, y sintiendo llegar a su nariz, la exquisita colonia del hombre que tenía al lado, y que trataba de darle conversación.

Afortunadamente, no preguntas de su propia y desgraciada vida. Ya bastante avergonzada estaba consigo misma y con su familia, por esa metedura de patas y por escapar, para que el hombre que empezaba a moverle el piso, le hiciera repulsa tambien.

— ¿Cuál es la historia de tu amiga? Me gustaría que en serio ambas entren al centro de rehabilitación. ¿Cómo cayó en las drogas? ¿Qué ha consumido?—

—De lo que me ha contado, lleva desde niña en las calles, y probó las drogas a los quince—

Fue breve. No estaba segura de que María estuviese feliz con que ella contara su vida, sin permiso. Y menos con el hermano del hombre, que en ese momento le caía mal. La miró solo un segundo.

—Ha consumido coca, marihuana, heroína. Desconozco si el éxtasis—el negó.

—Será necesario en este caso, un proceso más largo que los demás—prosiguió, cuando ella lo miró con interés—tu amiga no ha consumido una. Ha tratado con varias a la vez. Y mientras que unas son estimulantes las otras son relajantes. El tratamiento no es el mismo para todas ellas—

—Ojalá pudiera convencerla. Sé que le serviría mucho. Pero María es muy terca. Y no se deja ayudar—contempló unas gotitas que caían en la ventana, de una leve llovizna.

El auto se detuvo en un semáforo.

— ¿Y tú?—lo miró.

— ¿Yo?—sonrió.

—Que si eres de las que tampoco se dejan ayudar, Isabella—se miró las manos en el regazo, que le temblaban ligeramente.

Nadie la llamaba Isabella a excepción de sus padres y Gabriel de vez en cuando. Y sinceramente le gustaba más que el apodo.

—Lo pienso mucho últimamente—él la miraba de forma tranquila, despreocupada, como si esperara que continuara—pero no soy capaz de dejarla a ella. María ha hecho mucho por mí. Sería traición, dejarla en su estado para yo rehabilitarme—arrancó el auto de golpe, y eso hizo que ella se fuera más atrás en el asiento.

— ¿No crees que es más traición, contigo misma, no buscar sanar tu cuerpo de las drogas?—

Como hacía siempre con todo, buscó la evasión con otros temas, para que no la atormentaran más con el mismo. Entendía como se sentía María, cuando ella la reprendía y trataba de hacerla entrar en razón. Así la hacía sentir Fernando en este momento.

— ¡Es allá! En ese rincón nos quedamos—lo miró de soslayo cuando encendió la direccional, para cruzar sin peligros. Y en su rostro se notaba que no le había gustado para nada, esa forma de evadir las cosas.

Sin que el auto terminara de frenar, ella se soltó el cinturón, y bajó corriendo, hasta donde estaba su amiga, hecha un ovillo, cubierta con una chaqueta. Parecía dormida, aunque por lo que balbuceaba, parecía más que pasaba de la consciencia a la inconsciencia y deliraba. La tocó en las mejillas y frente, notando que ardía por la fiebre. Tiritaba tambien.

Gabriel Corazón. L1 de la Bilogía: El ángel de mis sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora