PARTE 2 REDENCIÓN (CAPITULO 33):

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Estaba tan contenta de conocer ese nuevo sitio de paz, que la señora Patty me dejó quedarme un rato al sol, antes de ir al comedor por algo de comer. Ella pondría a lavar algunas sabanas y ayudaría a los pacientes más rehabilitados, a lavar su ropa. Mientras, yo podía quedarme aquí, respirando la calma del lugar, contemplar la ciudad y según ella, hasta hacer nuevos amigos.

La mayoría de malas amistades que había hecho, eran basadas en compartir droga y robarle a la gente. ¿Cómo hacías ahora nuevos amigos, con personas que ya estaban tan rehabilitadas, que no te entenderían? Y peor aún. ¿Qué hablarían de su Dios para explicar cómo dejaron las adicciones? Miré mis manos, con las uñas agrietadas y feas, y los huesos resaltando en la piel, así como las venas. Aquí, me sentía aislada de todo. Como en una burbuja. Y al mirar la ciudad, me aterraba pensar que me buscarían. Una parte de mí no quería regresar. Porque como me decían todos, peleaba para el lado contrario, y me estaba cansando de perder esa batalla. Y otra parte de mí, la que aún seguía controlada por las drogas, solo podía pensar en ello. En que no me preocuparía por los horarios, no serían todos desconocidos para mí, ni simularían ser mis amigos, solo para que yo me quedara. Allá sería todo sinceridad. Pero si me la demostraban y me enseñaban que no me deseaban cerca, sería a los golpes. Me toqué la mejilla llena de cicatrices. Ya no quería una más.

Encogí los pies, rodeándolos con los brazos y apoyando la barbilla en las piernas, mirando el cielo azul. Donde empezaba en las montañas, y donde no parecía terminar allá arriba en el infinito. Si tan solo pudieran aclararme tantas cosas de golpe. Y si tan solo yo pudiera comprender, lo que todo el mundo trataba de decirme. Manchas, Gabriel y Fernando, se justificaban en que aquí tendría un nuevo hogar temporal, donde las cosas serían diferentes. Donde habría comida y una cama cómoda todo el tiempo que yo lo deseara. Y que no era bueno para mí, volver a la banda. Pero lo que yo sentía en realidad, era que ningún sitio, era para mí. Ni el burdel, ni el centro, ni las calles, ni la banda.

¿A qué lugar pertenecía yo? ¿Y con quiénes?

Cerré los ojos, suspirando.

No quería estar aquí. Quería irme. No me sentía cómoda. Pero por todo lo que alguna vez sentí bueno en mi vida, tenía que hacerlo. O la muerte me enseñaría primero, que no era bienvenida allá afuera.

—Alguien me dijo que el sol se había vuelto tu mejor compañía el día de hoy, y no le creí—di un brinco ante la voz, mirando a mi lado, cuando Gabriel se sentó en la banca.

—Estaba aquí descansando un momento—susurré—Patty tenía cosas que hacer—

—Y ella misma fue la que me dijo que nunca te vio sonreír tanto, como al llegar aquí—

—Es porque me gusta la paz que se respira—lo miré.

Traía el cabello suelto, y le brillaban mechones dorados al sol.

— ¿Qué?—negué.

—Nunca te había visto de cabello suelto—

—Si lo habías hecho—negué.

—No nos conocemos mucho, como para yo afirmar que si lo he hecho—

—La noche que dormiste en mi casa y...—afirmé, moviendo la mano para que callara.

—Sí. Ahora sé cuándo. No me hagas recordar ese día—

La imagen de cuando lo pillé semidesnudo, se coló en mi cabeza de forma vivida. Y lo que siguió a ello en la madrugada.

—Deben haber muchos días que quieras olvidar ¿no?—

— ¿Aparte de este, con mi sombra personal siguiéndome? Si—alzó las cejas—bastantes de hecho—fruncí el ceño—creo que toda mi vida—

Gabriel Corazón. L1 de la Bilogía: El ángel de mis sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora