PARTE 2 REDENCIÓN (CAPITULO 43):

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Como yo quería, quedé inscrita en clases de música. Aprendería a tocar violín, todos los lunes, miércoles y sábados, con la maestra Rosaura. O Miss Rosaura, como pedía ser llamada. Los instrumentos los pondría el centro. Y por fortuna mi clase sería para mi sola. La mayoría se iban por el piano o guitarra, si es que deseaban tocar algo. Manchas estaba feliz, dando saltos, porque por fin me acoplara al centro y estuviera dispuesta a poner de mi parte con la recuperación. No es que me acoplara en realidad. Simplemente temía que si no respondía con las actividades obligatorias, Fernando me sacaría del centro. Y ya de por si tenía muchos temores y otros sentimientos encontrados, que no me dejaban tranquila.

Ahora, íbamos a la cafetería, para almorzar. Y en la tarde... terapia con la psicóloga. Mas una cita de odontología. Me habían puesto calzas para las caries, pero tenían que revisar otros dientes, y tal vez tuviera que someterme a otro tratamiento para las muelas cordales. O las que salían a los doce años. Eso era lo de menos. Justo ahora me angustiaba la cita con la psicóloga. Tenía que quedarme hasta el final, lo quisiera o no. Y no sabía que iba a preguntarme esta vez.

La señora Esmeé, me tomaba del brazo, y Manchas del otro. Hablaban de lo maravilloso que sería el siguiente domingo para la visita de los padres. Aunque me amiga estaba nerviosa. Fernando le había ayudado a extender una invitación a su padre. Si le interesaba como estaba seguro, el vendría a ver a su hija, y le pediría perdón por haber escapado. Patty argumentaba que podría ver a su hermana por fin. Vivía lejos en Santa Fe de Antioquia y pocas veces se podían ver por el trabajo de ambas. Me miraron ante mi silencio.

— ¿Estás bien?—afirmé, a la pregunta de mi amiga, fingiendo una sonrisa.

—Bien. Es solo que tengo hambre—ambas rieron y tiraron más de mí para llegar rápido a comer.

—Nos estábamos tardando mucho en llegar, y la pobre María aguantándose el hambre. Así no se puede, Isa—ella afirmó.

Al menos decir que estaba muerta de hambre, era una forma de desviarlas de la conversación, mientras yo seguía pensando en la cita de esta tarde. Debía armarme de coraje y enfrentar la reunión con la psicóloga. Sería por mi bien. Duraría una hora, y ya después estaría libre.

Hice la fila con ellas, para recoger mi plato de almuerzo. Que ya no era solo un poco de caldo, sino arroz, ensalada, pollo, y de postre un trozo de pastel de manzana. Ya no parecía tanto como antes. Y por lo menos no le caía mal a mi estómago. Mi tutora me tocó en el hombro. La miré.

—Dudo que lo que te pase sea cuestión de hambre—susurró— ¿te inquieta algo, pequeña?—le sonreí.

—No, Patty. No te preocupes. Estoy bien. Es... solo una tontería—

—Pero cuando esas tonterías nos preocupan de más, se vuelven problemas imposibles de afrontar en silencio y sola—recibí el plato de sopa y seguí avanzando.

—Asustada. No sé qué pasará en la cita con la psicóloga—me miró—la última vez, harta de sus preguntas, y aun con ganas de hacer lo que a mí me venía en gana, me salí de ella sin prestar atención a la ayuda de la médica—

— ¿Y qué te asusta de lo que pueda pasar en la cita?—dejé el platito de pastel en la bandeja, tomando de una mesa, los cubiertos envueltos en un paño que hacía las veces de servilleta—me refiero a que... ¿Qué sería lo peor que te podría pasar en ella? Porque la psicóloga podría decirte que vas bien en el proceso, podría darte ánimos para conseguir afrontar las adicciones. Y ninguna de esas cosas son malas—suspiré, sentándome en la mesa con ella.

Manchas se había quedado dialogando con una compañera de su clase.

— ¿Y si con las consultas no se resuelve nada? ¿Si no puedo superarlo?—me tomó la mano.

Gabriel Corazón. L1 de la Bilogía: El ángel de mis sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora