PARTE 1 INFIERNO (CAPITULO 18):

363 31 13
                                    

Cerró los ojos, cubriéndose los oídos, ante el fuerte grito de mujer.

— ¡¡Mierdaaa!! ¡Cúbrase!—al abrirlos de nuevo, la chica trataba de irse, con una mano en la cara, evitando mirar.

—María...—estaba por tropezar con la pata de la cama.

— ¡Cúbrase!—dejó de caminar, echando la cabeza hacia atrás, con ambas manos en la cara.

Y cuando él la llamó de nuevo, ella pensó que tal vez ya estaba vestido y se destapó los ojos. Al parecer esa visión del pecho mojado, el cabello suelto con gotitas de agua, y el rosario en el pecho, no la hizo sentir bien, porque se volvió a tapar, dando la espalda un segundo.

—Oh vaya—gimió, y retrocedió más, para alejarse.

—María...—tropezó con la cama, cayendo al suelo, en el costado, donde estaba herida.

Lo último que se escuchó en el interior del apartamento, fue su grito de dolor, mientras se ponía la mano en el estómago. Y al intentar acercarse para ayudarla, lo alejó de un golpe en la cara.

—No me toque hasta que esté vestido—masculló, apoyada en el codo y tratando de esconder las lágrimas de dolor.

—Solo responde si estás bien—lo miró un segundo de soslayo, y terminó apretando los ojos con fuerza.

—Lo estaré si se viste. Lo último que necesito justo ahora es que se le caiga esa toalla y... olvídelo. No pedí una exhibición de culos, privada—

Así nunca llegarían a nada, y era obvio que si no se cambiaba ya, ella nunca dejaría que se acercara, y por ende, revisar. Entró al cuarto de baño, mirándola una última vez, como ella lo observaba por una rendija de dos dedos, antes de volverse a cubrir.

Para no haber pedido una exhibición de traseros, parecía curiosa con lo que tenía delante.

Se puso una camiseta sin mangas y una sudadera, saliendo descalzo y con el cabello un poco mojado todavía. Ella seguía en la misma posición, solo que esta vez, con la blusa levantada, revisándose los vendajes con curiosidad. Se acercó, acuclillándose, con las manos apoyadas en el suelo.

— ¿Te dejarás ahora ayudar?—aun algo turbada, se apartó el cabello del rostro.

—Se nota que nadie le enseñó a no estar por ahí semi desnudo—se bajó la blusa, volviéndose a cubrir el estómago.

—No. Quien me lo iba a enseñar pensaba enseñarte a ti primero a no entrar a lugares ajenos sin preguntar. Y parece que tampoco lo hizo—hizo una mueca molesta.

Estando más cerca, pudo verle de nuevo las pecas de la nariz, los matices dorados de sus ojos miel. Como le quedaba la ropa. Parecía su estilo, el problema era que le quedaba muy ancha. Y aunque se había lavado el rostro, seguía pálida y ojerosa.

La pobre sí que estaba mal.

La pregunta era si todo por culpa de la droga, o tambien por la pérdida de sangre de las puñaladas.

—Iba a tocar. La puerta estaba abierta—

—Y no preguntaste. Entraste así—

¿Qué le reprochaba si ambos habían tenido la culpa?

—Lo llamé—levantó las cejas.

—No escuché—le extendió las manos, dispuesto a ayudarla ahora.

No estaba seguro que tanto le dolían las heridas, o que tanto se habían lastimado. Y la única forma de comprobar era si estaban manchadas de sangre. Porque el medico había sido especifico, y nadie podía desprender las vendas hasta cinco días después, en el hospital, para un nuevo cambio.

Gabriel Corazón. L1 de la Bilogía: El ángel de mis sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora