PARTE 2 REDENCIÓN (CAPITULO 51):

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—Muy bonito y todo, padre Daniel—suspiré— ¿pero cómo sabe usted que me quiere de regreso, si no se manifiesta?—

—Las maravillas de Dios se manifiestan hasta en las cosas mínimas. Y eso la incluye a ella. Solo tienes que observar con cuidado—

—Y creer—me crucé de brazos, aun mirando la imagen—cosa que yo no hago. Y tengo motivos. Ella nunca se ha manifestado para mí. Y nunca lo hará—cuando no respondió nada, ante mi hosco comentario, volví a verlo.

Me miraba como si yo fuera un misterio.

— ¿Qué? ¿Por qué me está mirando así?—

Me intimidaba. Y a veces parecía un loco.

—Trato de entenderte, María. De saber, porque eres así. Y que tanto daño te hizo todo lo mundano de allá afuera—

—Es una larga historia—recogí los pies en la banca.

—La noche tambien lo es. E intuyo que si viniste aquí, fue porque no podías dormir. Y si quieres hablar con alguien, aquí estoy. Cuéntame. ¿Qué pasó por tu vida? ¿Qué pasó desde el nacimiento de María? ¿Qué ha hecho el mundo contigo?—

—El mundo, y Ellos—señalé hacia el frente—nunca me han ayudado. Mi primer lugar en el mundo, fue un orfanato. Y admito que la dueña me habló de Dios. Estaba para mí en lo bueno. Pero no en lo malo. Permitió que mi madre biológica no me amara, y cuando huí del orfanato buscándola, no me ayudaron en el camino, permitieron que cayera en las calles y en las drogas. Me convertí en mi propia jefa, hice mis propias leyes. Sentía que no los necesitaba. Pero algo pasó—me prestó más atención—me castigaron por algo que hice, por consumir la droga. Y creyendo que me merecía un poco de piedad de su parte, la invoqué. A Ella. A la Señora—miró la figura de la madre de Jesús— ¿cree que hizo algo por mí?—susurré con voz temblorosa—me dejó allí tirada, sufriendo en medio de ellos, dolorida, llorando—parpadeé muchas veces para no llorar—me di cuenta que era cierto. Que ellos no estaban para nosotros. Que ellos no existen. No los necesité de ese día en adelante. Y no los necesito tampoco ahora—

— ¿A qué edad fue?—

—Tenía quince—

— ¿Cuál fue el castigo que te dieron? En ese lugar que dices estabas—

— ¿En la banda?—hice un ruido seco con la garganta—veinte quemaduras en la espalda, con cigarrillos. Pero no llegaron a los veinte. En los quince se detuvieron—frunció el ceño, estudiándome.

— ¿Por qué se detuvieron?—alcé mis hombros.

—Yo que voy a saber. Simplemente lo hicieron. Tal vez porque les supliqué que lo hicieran. ¿Por qué?—

— ¿En qué momento le pediste ayuda a la Madre?—me puse de pie.

— ¿Para qué tanta preguntadera, padre? Ya le conté lo que quería saber. ¿De que servirá decir cuando llamé a esa Mujer? El resultado siempre será el mismo. No llegó—

—En qué momento la invocaste, María—repitió.

— ¿Antes del cigarrillo quince? No lo recuerdo. Solo susurré su nombre—sonrió.

—Gracias—reí con asco.

— ¿Gracias de qué?—

—Por decirlo. Ahora veo que si tuve razón en lo que pensaba—bufé.

—Bien. Me alegro. Pero yo no le estoy entendiendo nada, así que si me disculpa, volveré a mi habitación—le di la espalda.

—María—frené—la Madre, hizo que cesaran los quemones—no me moví—invocaste su nombre. Eso fue suficiente. Invocar el nombre de María es la mejor arma que tenemos aquí en la tierra. Derrota a los demonios, cura enfermedades, te libera de todo mal y peligro. La llamaste y dejaron de aplicarte los cigarros. Ella te ha ayudado—me di la vuelta.

Gabriel Corazón. L1 de la Bilogía: El ángel de mis sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora