El burdel de La Zorra, quedaba en pleno centro de Medellín, camuflado como un simple establecimiento de licor. Solo aquellos clientes que compraban la membresía VIP tenían derecho a acceder a la otra parte del lugar, al que yo estaba por formar parte. La razón de que este fuese tan oculto y restringido, era porque Madame Estefana utilizaba chicas más jóvenes que yo, desde los doce y trece. ¿Quién lo diría? Pero a los tipos ancianos y adinerados, les atraía más una niña, y pagaban muchísimo más si era virgen. Una vez perdida esta, sí podía ganarse la vida como dama de compañía de esos hombres, pero estos no mostraban tantas ansias como con las demás. Y por el manejo de las chicas tan jóvenes, La Zorra quería evitar las visitas inesperadas de la policía. O ella acabaría en la cárcel.
Llegué, cuando el sitio estaba en más apogeo. En la parte normal del establecimiento, estaban los clientes tomando licor, bailando en la pista de baile, o cantando a gritos la canción que se escuchara en el sonido. Gritos, carcajadas, algunos ya daban traspiés con botellas en mano, o corrían a vomitar en los rincones. Los esquivé, andando despacio por el leve agotamiento en mis músculos y huesos. Apreté la bolsa contra mí, y al mirar a la entrada VIP pude distinguir al vigilante grandote.
Jeison.
Tenía una cicatriz que le atravesaba el ojo, o lo poco que quedaba de él, porque lo había perdido. El tacón de una de las clientas borracha, era el causante. Vestía siempre de traje, y a pesar de su rudeza, era buen tipo. Muy leal a la Zorra, y el encargado de permitir, tanto la entrada de los clientes, como la salida nuestra. Detrás de él, se podía ver la larga cortina vino tinto, que separaba ambas zonas, y la barra de seguridad, en este momento sellada. Me acerqué.
—Hola, Jeison—bajó la cabeza a verme, y no evitó alzar las cejas, sorprendido.
—Miren nada más lo que trajo la noche. El pequeño cervatillo de ojos miel—hizo una sonrisa de medio lado—no te veía desde hace unos años—
—Sí. Ya volví—se cruzó de brazos.
—Enviada por Magnolia, me imagino—negué.
—No me hables de la banda. No pienso volver. Estoy aquí por mi cuenta, y me gustaría hablar con Madame. ¿Crees que pueda recibirme?—
Ignoré su mirada hacia mí, de arriba abajo.
—Eso depende de lo que me vayas a dar a mí por la ayuda. No dejo entrar a cualquiera, bonita—
Jeison decía que era la más hermosa joya, que Estefana había alquilado de las bandas, hasta ahora. Y la vez que estuve aquí, hace unos años, tambien había comentado que le gustaría sentirse como uno de esos caballeros que visitaban el burdel para estar con nosotras, y que si tenía la oportunidad, a mí sería a la única que elegiría.
—Cuando el local cierre. Tú y yo. Una copa—su sonrisa podría haber iluminado todo el lugar si no hubiese lámparas.
—Sabes cómo me gustan las cosas, bonita—me abrió el candado—dile a Madame que mucho cuidado en la forma que te trata. O podría despedirse de su cabeza—
—No te las des de mucho, Jeison. Ya perdiste ese ojo por una mujer—le sonreí, y atravesé las cortinas.
El sitio era totalmente diferente al resto del local. Muebles rojos con mesitas llenas de licor, reservados en el segundo y tercer piso, gente adinerada, y las chicas vestidas, elegante y con mucho maquillaje. Las de más baja categoría, estaban con uno de los asistentes de Madame Estefana, en alguna calle de la ciudad, exhibidas como muñecas. Recorrí el lugar con la mirada, en busca de la mujer algo mayor, regordeta y con mirada amable, hasta que alguna metía las patas y le hacía sacar el Annabelle interno. Si no la encontraba complaciendo algún hombre, sentada en sus piernas, o en la barra, fumando puros, era que estaba en su trono, contando el billete.
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Gabriel Corazón. L1 de la Bilogía: El ángel de mis sueños
RomanceMaría, fue abandonada por su madre en un orfanato, cuando solo era una bebé. Y a sus doce años escapó. Dispuesta a buscarla y pedirle explicaciones. Ahora con veintidós años, conoce todas las drogas que pueden existir y vive entre la inmundicia que...