PARTE 1 INFIERNO (CAPITULO 4):

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Miré la puerta frente a mí, sin poder ocultar una sonrisa. Estaba en casa otra vez. En el orfanato. Con mi madrina.

Corriendo, aporreé la puerta, llamando a gritos.

— ¡Madrina! ¡Manuela! Volví. Soy yo. María—pero esta no se abría.

No sabía cómo, pero había hallado el camino, y volvía a estar en mi casa. No importaba no hallar a mi madre. Estaba de regreso y era más feliz que cualquiera.

Al golpear la puerta con más fuerza, esta se abrió sola y con una nube de polvo. La casa parecía vacía.

¿Dónde estaban todos?

Gritando nombres, me adentré en ella, mirando todo casi vacío de mobiliario. Era como si el orfanato ya no existiera. Recorrí las habitaciones, no hallando a nadie, con mi bolso en hombros. Y al llegar al que era mi cuarto, estaba solitario, las camas llenas de polvo y unas sábanas cubriéndolas por completo, como si fuesen cajas fúnebres.

— ¿No hay nadie aquí? Donde andan todos—sentí pasos detrás de mí.

—María, eres tú—una mujer, vestida de blanco, muy joven, con cabellos dorados y brillantes cayendo por su espalda, el semblante dulce. Los ojos irradiaban amor.

— ¿Quién es usted?—la miré, sin entender quién era ella, de donde me conocía, y porque era la única persona dentro del orfanato.

— ¿No me reconoces, María?—fruncí el ceño—soy yo. Mamá—se acuclilló, esperándome con los brazos abiertos.

— ¿Mamá?—afirmó con una sonrisa— ¿eres tú mi mamá?—

—Lo soy. Vine a buscarte. Ven aquí, mi amor—

¡Era mi mamá! Ella me había encontrado a mí.

Corrí hasta sus brazos, dejando que me abrazara, que su perfume a rosas me envolviera. Se asemejaba su aroma, a las flores que cada trece de mayo en el orfanato, le poníamos a la Virgen de Fátima. Y al mirarla al rostro, comprendí que ese rostro tan hermoso, el que sentía que conocía, al verla a los ojos desde lejos, era el mismo de mi estampita. Era ella quien estaba conmigo.

— ¿Eres tu mi mamá? ¿Tu? ¿La Virgen?—me estrechó más contra ella.

—Soy yo, María. Siempre lo he sido. Tu Madre. Y nunca te voy a abandonar. Nunca vas a estar sola—

Dejándome abrazar por ella, llenarme de su amor, vi como todo a mí alrededor se empezaba a desvanecer volviéndose polvo. Y que un intenso frío, se metía entre mi piel. Un frío que su calidez, trataba de apartar. Pero parecía ganarle. Sus brazos finos abrazándome, pero ya no veía su rostro. Y una, tras otra, gotitas de agua empezaron a caer en mi rostro.

Frío.

Muchísimo frio.

Apartándome de ella, buscando la fuente de frío, abrí los ojos y me encontré en medio de la oscuridad.


Desperté.

Estaba en una banca de un parque, sola. Y volvía a llover. Miré a mí alrededor. Estaba sola, con una lámpara amarilla iluminando las calles. Pero no había nadie más que yo. Ni la mujer del toldillo, ni el pequeño, ni la Virgen de Fátima. Nada.

El aguacero aumentó, y tuve que bajar para ponerme a buen resguardo, o enfermaría. Y al mirar a mí alrededor, mi bolso no estaba por ninguna parte. Miré debajo de la silla, pero nada.

Gabriel Corazón. L1 de la Bilogía: El ángel de mis sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora