PARTE 1 INFIERNO (CAPITULO 30):

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GABRIEL EN MULTIMEDIA

Perdí la cuenta de las veces que vomité durante toda esa madrugada y el día siguiente. Pasé mala noche expulsando la droga, y ahí estuvieron todos para ayudarme. Manchas unas veces. Aunque el médico le ordenara que se fuera al cuarto, ella decía que yo lo era todo, y que no iría a dormir hasta ver que estaba a salvo y me bajaba de esa cama, a ser la que era. Fernando se quedaba tambien conmigo, revisándome, cambiando el suero y haciendo preguntas de vez en cuando, a lo que había ocurrido en ese burdel. Y Gabriel tambien se había quedado. Me sujetaba el cabello, me ponía paños mojados en la frente para que pasara el mal trago. E incluso una vez me quiso frotar la espalda para darme apoyo, y yo me molesté.

El último hombre que me había tocado así, era Gato. Y el solo hecho de sentir las manos de un hombre en mí, me repugnaba y me daba miedo. Por eso aunque el tratara de animarme y brindarme compañía, siempre le pedía que saliera, y mi amiga volviera a entrar.

Y aun no me animaba a pedirle perdón y darle las gracias por lo que había hecho.

Ya era de mañana. Un brillante sol entraba por las ventanas y por fin las náuseas se habían ido. Mi compañera era otra. Una mujer mayor, de semblante amable, y la que me había traído un poco de comida. Tambien me habían sacado de cuidados intensivos y ya ellos no vestían con túnicas azules y tapabocas.

Mientras estaba sentada en la cama, comiendo un plato de sopa en forma de crema, la mujer estaba en una silla junto a la cama, mirándome animada. Tenía un semblante tierno, que me recordaba a una abuela. Y su nombre era Patty Esmeé. Decía ser la todera del centro. Limpiaba y ordenaba, a veces le gustaba ayudar en las cocinas tambien, o cuidar de los enfermos. Por eso el medico la mandó a mi cuidado. El, Manchas y Gabriel estaban tan agotados, que quizás ahora, dormían.

—Así que Fernando la rescató de esa universidad—afirmó.

—Me trataban muy mal allá. Y aquí me siento más cómoda atendiendo a los chicos. Y él y Gabriel son como dos hijos para mí—le pasé el plato ya vacío, dándole las gracias.

—Me alegro que ahora tenga un buen lugar, señora Esmeé—traté de sonreír, pero me costaba un poco.

Estaba agotada. Y ella lo notó.

—Será mejor que me vaya. Necesita descansar mucho, según me contaron por ahí—afirmé—ahora no se preocupe. Dios la trajo hasta aquí y la van a cuidar—me tomó la mano, inclinándose hacia mí—he visto chicos llegar aquí en pésimas condiciones. Y salir de ese horrible mundo, sonrientes y libres. No serás la primera, mi niña. Dios te bendiga—no dije nada y ella se quedó mirándome, con un poco de pena—no crees en Él, ¿verdad?—negué, con los ojos cerrados, y una sonrisa.

—Es difícil hacerlo, cuando esa criatura invisible te ha abandonado. Incluso cuando desde niña lo has llamado por ayuda y no ha hecho nada—alcé mis hombros—igual nunca me ha hecho falta. Sé cuidarme sola—

—No digas...—

—Gracias por la sopa, señora Esmeé. Estaba buena—la silencié, antes de que siguiera sus clases de religión.

Suspiró, claudicando, y viendo que no deseaba hablar.

—Es con todo el gusto, mi niña. Descansa—la puerta se abrió con suavidad, revelando a Manchas, con el cabello suelto y un poco ondulado—ah, ya te llegó compañía. Las dejaré—

Que la mujer creyera en su Dios, si le parecía. Pero que a mí me dejaran en paz.

De forma recelosa, vi entrar a mi amiga, con las manos al frente, antes de darle un abrazo a la anciana y esperar a que la puerta se cerrara. La miré seria.

Gabriel Corazón. L1 de la Bilogía: El ángel de mis sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora