Después de que casi obligada, Gabriel me mostró toda la finca, pasando de largo el lugar que yo quería ver, me retiré a mi cuarto a desempacarlo todo. El sitio era simplemente precioso. Los cuatro cuartos estaban en el segundo piso, y el mío tenía las mejores vistas. La represa y la piedra de fondo. Todos habían anunciado que por celebrar mi cumpleaños yo debía quedarme con el mejor cuarto. Incluso cuando quise cederle ese a Mónica, por lo fascinada que había quedado tambien con las vistas, se rehusó rotundamente. Abajo por otro lado, estaban la sala, el comedor y la cocina, con puertas y ventanas de vidrio, corredizas. En el exterior, dentro del kiosco estaba la barbacoa, donde, me dijo Gabriel, su padre o el hacían asados cuando venía toda la familia. Eso, antes de que la señora Evangelina lo arruinara todo y la familia se desintegrara.
En la orilla de la finca, había una lancha y motos de agua por si queríamos recorrer la represa y conocer más, y aunque Gabriel me había sugerido que diéramos una vuelta, me rehusé muerta de miedo, temiendo ahogarme a pesar de que hubiese chalecos salvavidas. Pasamos de largo lo que yo deseaba ver. Que ahora sabía que era una tumba, para ver la piscina climatizada. A pesar de ser un lugar precioso, en las tardes hacía mucho frio.
Ahora, contemplaba las vistas desde el balcón, recostada en el barandal, recordando que nunca había estado en un lugar tan tranquilo y que me diera tanta paz. Habíamos llegado hacía tan solo unas horas, y ya me había acoplado tanto, que no deseaba irme nunca. Me sentía muy a gusto aquí. Sonreí con debilidad. ¿Y lo mejor? Lo estaba consiguiendo, sin drogas en mi cuerpo que me adormilaran o me hicieran parecer que era feliz. Justo ahora era feliz, y sin ellas en mi sistema. La sonrisa se hizo más amplia. Antes pensaba que nunca podría dejarlas, que terminaría atrapada para siempre en ese mundo, y gracias a Gabriel y su hermano, todo esto estaba siendo posible. Dios había escuchado mis suplicas y me había arrojado los salvavidas que eran ellos y yo estaba a salvo.
Unos brazos me rodearon desde atrás. Gabriel besó mi mejilla.
— ¿Y bien? ¿Qué le parece el castillo a la dulce princesa de ojos miel?—reí, dejándome abrazar.
—Maravilloso. Este lugar es precioso, Gabu—se apoyó en la baranda a mi lado, viendo lo que yo—aquí se respira tanta paz—sonrió y después miró para otro lado, negando con la cabeza— ¿Qué pasa?—lo tomé de gancho, entrelazando su mano con la mía, apoyando mi barbilla en su hombro.
—Hace mucho tiempo, este lugar dejó de significar eso para mí. Un sitio de paz, un sitio que yo sintiera como otro hogar para mí—
— ¿Por lo de tus padres?—negó, y miró nuestras manos entrelazadas.
—Cuando yo era niño, yo solía correr todo esto con mi hermano y mi hermanita. Jugábamos a las escondidas, a las traes, congelados, incluso me encantaba columpiar a mi hermanita en esa cosa y escucharla reír—tragó saliva, y mis ojos se desviaron a la tumba.
Desde aquí se veía más claramente.
—Todo eso se acabó cuando ella murió—solo me recosté en él, tratando de darle consuelo—cada vez que te miro a ti...—mis ojos se encontraron con los suyos—es como si la viera a ella—dejó de mirarme.
—Por eso este lugar no te trae paz, te recuerda esos años—afirmó.
—Y por eso no quería que fueras al roble—me acarició los nudillos con el pulgar—lo que ves allá es una tumba. La tumba de mi hermanita. No quería que empezaras a hacer preguntas y de hecho sigo sin querer que las hagas—hizo una mueca con la boca—se supone que ya debería haberlo superado—negué.
—No. ¿Se puede superar alguna vez la muerte de algún ser querido? Se aprende a seguir adelante a pesar del dolor. Pero no a superar a alguien que querías mucho. Y no deberías tratar de hacerlo—me miró—cada una de esas vivencias que tuviste con ella, son lo que permite que tú la traigas a la vida de nuevo, que sientas como si estuviese contigo justo ahora. Tú al menos tienes a quien recordar y extrañar. Yo nunca he tenido a nadie que haya valido la pena. No te deshagas de esos recuerdos, solo por el dolor que te puedan acarrear a veces. Y no es masoquismo—me sonrió más tranquilo.
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Gabriel Corazón. L1 de la Bilogía: El ángel de mis sueños
RomanceMaría, fue abandonada por su madre en un orfanato, cuando solo era una bebé. Y a sus doce años escapó. Dispuesta a buscarla y pedirle explicaciones. Ahora con veintidós años, conoce todas las drogas que pueden existir y vive entre la inmundicia que...