Era la hora de la cena, cuando su padre llegó a saludar a Fernando, con ropa menos elegante de la que acostumbraba, y una amplia sonrisa en el rostro. Ambos hermanos, estaban en el comedor, junto a Manchas y María.
Aunque no hablaban desde el encontrón en el jardín. Nada le había dolido tanto a su hermano, como el que el mencionara que era culpa de ambos, la muerte de Sami. Fernando siempre decía que le había demostrado a ella, muchísimo amor de hermano y que se preocupaba por su bienestar de forma excesiva. Y que Gabriel le echara en cara que no era así, fue como un puño en todo el estómago. Podía estar incluso seguro, de que en los próximos días no le dirigiría la palabra.
A su lado, María tomaba su sopa muy despacio, cabizbaja, y mirando de forma amedrentada al doctor, creyendo que la sacaría del centro o le diría algo más, por no asistir a la cita con la psicóloga.
—Ferny—miraron por donde venía el señor Alberto.
Su semblante era sorprendido. Como si no esperara la visita de su viejo padre, ese día.
— ¡¿Papá?!—Le dio un abrazo al ponerse de pie— ¿Qué estás haciendo aquí?—Alberto miró a ambos hijos, como si no entendiera el porqué de la pregunta.
—Que... ¿Qué Gabriel no te informó donde estábamos? ¿Y que vendría a darte un saludo?—su hermano le dirigió una mirada resentida.
—Él nunca informa nada—escupió.
Entendió qué pasaba. Se cruzó de brazos.
— ¿Cuál es el motivo esta vez? ¿Y quién tuvo la culpa?—recibió como respuesta el sonido de platos, mientras María los ordenaba en su bandeja y se ponía de pie. La miró.
—Lle... llevaré esto a cocina. Con permiso—la siguió con la mirada, antes de volver la vista a su hermano y a su padre.
—Ella papá. Ella es la culpable de nuestra discusión—la señaló Fernando. El viejo alzó las manos al cielo.
—De nuevo problemas de mujeres, no. Ya les he dicho a los dos que hay muchas buenas damas en el mundo, para que los dos peleen por la misma—Manchas tuvo un acceso de tos y se cubrió la cara con el libro que leía, escondiendo un ataque de risa.
—No tiene que ver con ese tema, papá. Y tampoco le eches la culpa a tus pacientes, Fernando. Admite que estás molesto por todas las verdades que te dije. Y que te dolieron, porque sabes que son ciertas. Sami murió porque ninguno de los dos, le dio todo el amor que necesitaba—
— ¡No fue así! Y hasta Sam allá arriba lo sabe—
— ¿Qué está pasando? No entiendo nada. ¿Cuál es su pelea?—
Iban a responder al mismo tiempo, cuando María regresó. Callaron.
—Me retiro a descansar. Buenas noches—antes de que él quisiera saber por qué, su padre se le adelantó.
—Antes de que se vaya, creo que no nos han presentado, señorita—extendió la mano, amable.
Algo que diferenciaba a sus padres, en límites opuestos y gigantes, eran los valores. Mientras Evangelina aborrecía a toda persona que no tuviera buen abolengo, Alberto los aceptaba. Decía que antes de existir las clases sociales existieron los valores. Y que todos por igual merecían respeto y amabilidad.
—Soy Alberto Osorio. Padre de Gabriel y Fernando—
—Ma... María—no le estrechó la mano, retrocediendo desconfiada—permiso—solo se despidió de él y de Manchas, alejándose a las puertas del comedor.
Su padre bajó la mano, mirándola, mientras caminaba despacio con la cabeza gacha, y las manos al frente.
—Una paciente más, ¿no?—volvió la vista a su hijo mayor.
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Gabriel Corazón. L1 de la Bilogía: El ángel de mis sueños
Storie d'amoreMaría, fue abandonada por su madre en un orfanato, cuando solo era una bebé. Y a sus doce años escapó. Dispuesta a buscarla y pedirle explicaciones. Ahora con veintidós años, conoce todas las drogas que pueden existir y vive entre la inmundicia que...