PARTE 2 REDENCIÓN (CAPITULO 46):

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Las familias empezaron a llegar antes de las diez, para tener tiempo de saludar a su familia, antes de la eucaristía. Yo de pie, cerca de la puerta, sujetaba a Manchas del brazo, que parecía que se desmayaría en cualquier momento. De vez en cuando se soltaba de mí y caminaba dos pasos, con las manos en la cintura, y respirando con dificultad. Todos pasaban a nuestro alrededor, después de saludar al dueño del centro, en la puerta principal.

—Manchas—la miré de soslayo, mientras se frotaba las manos, mirando el cielo—cálmate. O van a creer que esto es un manicomio y no un centro de rehabilitación—

—Cállate una mierda, María. Tengo mucho susto—me reí de ella, ajustándome las mangas del vestido.

—No era necesario que fueras grosera—apoyó la frente en mi hombro, cuando me tomó de gancho.

Miré a las calles y simulé tomar aire, sorprendida.

— ¡Ahí viene!—se enderezó.

— ¡¡Donde!!—miró a su alrededor y al parecer no vio que alguno fuera su padre.

Me burlé de su cara llena de pánico.

—Era una broma, boba—me dio en el brazo.

—Dime algo, ¿si te tomaste la medicación para las adicciones?—afirmé— ¿las dos pastillas?—

—Sí, Manchas. ¿Por qué?—seguí mirando a la calle, esperando ver a mi único amigo, además de Manchas, llegar.

—No te noto mejoría. Deberías tomarte el frasco entero de una vez a ver qué pasa—abrí la boca.

—Oye, pero que agresiva. ¿Me quieres muerta?—

—Cuando te pones en plan pesada, eres en serio casi insoportable—se cruzó de brazos, empinándose.

— ¿Ves lo que se siente, Manchitas?—su semblante cambió y vi que le temblaba el labio.

— ¿Lo dices en serio? No... no era mi intención las otras veces—parecía que iba a llorar.

La atraje a mis brazos, besando su sien.

—Era broma, boba. De no ser por tu intensidad no estaría aquí—

— ¿Era broma?—asentí—lo mío tambien—me dio un codazo en el estómago, desinflándome—me alegra que tu conciencia te hiciera sentir mal—una pequeña sonrisa que se había formado en su rostro, se desvaneció, cuando miró a las puertas— ¡Ay por Dios!—seguí su mirada—es el, Chata. Reconocería esos cachetitos y ese bigote un poco más corto en un lado que el otro, donde fuera—

Un hombre rechonchito, venía hacia nosotros, con una chaqueta de traje, encima de una camisa a cuadros. Y el parecía tan ansioso como mi amiga. Sonreí mirándolos a los dos.

—Llegó la hora, Manchas—detrás de él, venían los últimos visitantes.

—Ay Chata, estoy que me hago del susto—se soltó de mí, adelantándose y quedando frente a frente con su padre, para al final fundirse los dos en un abrazo.

Mi amiga comenzó a llorar, aferrándose a él. Sus brazos rechonchitos la abrazaron fuerte, dándole el amor que a ella le faltó durante muchos años. Me sentí un poco incomoda, mirándolos en su momento íntimo, padre e hija, por lo que dejándolos a solas, me encaminé al interior. Lo que seguía era la ceremonia en la capilla. Y mejor al mal paso darle prisa. Tal vez mientras más apurara yo las cosas, más pronto acabarían. Era la única que se dirigía a la pequeña iglesia, sola. Todos iban con sus amigos, padres, hermanos o abuelos. Una parte de mí, pensó que si tal vez todo fuese diferente, mi madrina estaría aquí conmigo, rodeándome con sus brazos. Pero, ni quería que me viera así, ni deseaba hacerla venir, probablemente enferma. Esperaría el tiempo que fuese necesario para reencontrarnos.

Gabriel Corazón. L1 de la Bilogía: El ángel de mis sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora