PARTE 2 REDENCIÓN (CAPITULO 55):

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Días después...

Apretó el volante mientras la mujer del asiento de su lado, hablaba y hablaba, quejándose de este o aquel problema, con mujeres de su misma clase. Con amigas que no la acompañaban al centro comercial, la que no la invitó a tomar un café a su casa esa semana, o la que criticó tambien su forma de vestir. Evangelina se le había aparecido esa mañana en la puerta del apartamento justo cuando el salía para hacer deporte. No le quedó de otra que recibirla. Gracias a los cielos que la señora Mónica ya había vuelto a la casa y tuvo buen desayuno para su acomodada madre.

Habían pasado varios días desde la salida con la fundación, y su viaje a Bogotá era en tres días. No le había dicho a nadie de este, a excepción de su ama de llaves y su madre. Y ni idea de cómo contárselo a María. Eran dos semanas lejos de ella. Y aunque en el centro estaba bien atendida, aseguraba que solo lo tenía a él. Porque Manchas se había ido de fin de semana con su hermana.

Era principio de la tarde de sábado y el acompañaba a la señora de Osorio para visitar a su otro hijo en el centro, y el saludar a María.

Aparcaron dentro de las rejas, con un sol radiante en el cielo.

—La próxima vez no conduzcas como si llevases ganado. Mi estómago parece una licuadora—se acomodó el vestido elegante, color aguamarina.

—Esa era la idea—la miró de forma cínica, bloqueando las puertas del auto.

—Eres mi hijo, y no entiendo porque te comportas de forma tan grosera conmigo. ¿Cuándo será el día en que me vuelvas a respetar, como lo hacías de niño?—no la miró—te he dado amor, con tu padre te hemos dado educación, un hogar, ropa, cuidados—

—Pero no fidelidad—la miró, seco—ni a él, ni a mi hermano, ni a mí. Nos traicionaste a pesar de la buena vida que te daba el—se acercó a ella de forma amenazadora—no te bastó con el bolsillo de mi padre. Querías el de un amante tambien. ¿No? Te pudo la codicia—

—Tú no conoces las razones por las que lo hice, Gabriel—

—Y ni me apetece conocerlas—le hizo una mueca de asco.

—Me juzgas sin siquiera saber. Tu padre no es el santo que dice ser—

—No, y me imagino que tú sí lo eres. ¿Te hago un altar?—apretó los labios.

—No. Pero al menos, por tenerme un poquito de respeto como me lo merezco al ser tu madre, deberías quedarte en silencio y no restregarme las cosas en la cara. Y te pido por favor que no se lo vayas a decir a Fernando—él se rió, burlándose de su ingenuidad.

— ¿Yo decírselo? ¿Y ahorrarte la incomodidad de que él lo oiga de tu boca? No, Evangelina. No seré yo quien dé la noticia. Tampoco serás tú. A menos que lo hagas hoy. Mi padre se lo dirá a Fernando. No sé cuándo, pero ya se cansa de que a ti te dé lo mismo. Así que si no se lo confiesas, él lo hará. Y tiene las pruebas. Y te aseguro que con ellas, pondrá a tu hijo predilecto en tu contra—se puso pálida como un fantasma.

Siguiendo el camino a la casona, saludaron al vigilante. Evangelina, algo reacia, como cada que visitaba ese lugar.

—Espero te diviertas hoy aquí. Porque nos quedamos todo el resto del día—hizo un gesto aburrido con los ojos.

Saludó a todos por el camino, incluido a su hermano, que avisado desde la portería, les salió al encuentro. Vio como le brillaban los ojos al ver a la mujer que le dio la vida, detrás de él.

— ¡Madre! ¿Qué estás haciendo aquí?—la abrazó, muy feliz.

Si el supiera las formas en que la madre los había traicionado, no sería tan amable. Pensó el, viéndolos a ambos dándose un abrazo.

Gabriel Corazón. L1 de la Bilogía: El ángel de mis sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora