Lo vio dar vueltas por la oficina. Las manos a la espalda, el semblante muy molesto, mientras él se ponía una bolsa de hielo en el golpe de la frente. Sentado en la silla presidencial, parecía de todo, menos el hermano del dueño.
— ¿Cuándo vas a dejar de dar vueltas? Me tienes mareado, Fernando—se detuvo.
—Créeme. No estarías así, si te quedaras callado. ¿Era necesaria esa pregunta en este momento?—alzó la voz, dándole un puño a la mesa—estaba en medio de una abstinencia, iracunda, estresada. Y tú le sales con: ¿Por qué me robaste?—no dijo nada, con la cabeza agachada.
Desde niño siempre lo habían criticado por ser un poco imprudente. No podía contener las preguntas en momentos incómodos. Y a muchas personas les molestaba esa franqueza cuando no era necesaria. Luego de formular la pregunta, María se había arrojado contra él y le dio golpes en la cara. El rasguño en su frente, era producto de sus uñas, y de que después le arrojara nuevamente, el mando de la cama y sí tuviera puntería.
—Las cosas con ella se estaban sosegando, estaba cayendo en la cuenta de que era necesario someterse al tratamiento. Ahora gracias a ti, fue necesario sedarla para iniciarlo. No se estaba quieta y le subió la rabia por tu culpa—tampoco dijo nada.
Cuando Fernando reprendía a todo el mundo, era como ver a sus padres fusionados en uno solo. Daba miedo.
—Cuando te dé una orden no como hermano sino como médico, la cumples. Te dije que te salieras. Es obvio que ella te detesta y no quiere verte ni en pintura. Y tú le das bomba, incomodándola—
—Era solo una pregunta, Fernando—
—Sí. Y te la respondió aquí—removió la bolsa de hielo, rebelando el golpe—hasta la entiendo. A veces eres un dolor de cabeza, hermano—se sentó en otra silla—puedo decir incluso que Isabella estando así con las adicciones y en tratamiento, es más madura y correcta que tu—
—Porque te gusta—se quedó con la boca abierta—admítelo. Manchas te mueve el piso—
—En primer lugar, apenas la conozco. Y en segundo, hablamos de ti y tu embarrada. No de la amiga de María—se removió los lentes—tu pregunta sobraba. La razón por la que robó es obvia. Necesitaba droga, quería dinero para conseguirla—
—No era eso lo que quería saber, Fernando—dejó la bolsa de hielo en la mesa—cuando pregunté ¿Por qué me robaste? Quería saber porque, luego de que la había ayudado en el hospital y le brindé un lugar donde reposar, me hizo esto. Ya sé que robó por el dinero. No soy tonto—
—Fue lo que diste a entender. Está pasando lo mismo que con Sam. Las mismas preguntas innecesarias. La chica terminará matándote si sigues así. Cada que nuestra hermana iba a una fiesta, tú le hacías preguntas incomodas y por eso no confiaba sus secretos a ti—
—Estaba niña, Fernando. Me preocupaba lo que hiciera. Y esos eran otros tiempos. Ya no soy el chico estresante de esa época—afirmó.
—Eres peor ahora. ¿Y de que te sirvió preocuparte en exceso por ella? Igual lo hizo. Se mató—
—Hablas como si no te doliera que no esté más—masculló, con los dientes apretados.
— ¡Y mi duele, Gabriel! Como no tienes idea. La veo en cada chica que llega en busca de ayuda a este centro. En cada jovencita que va por la calle. A veces lloro porque me gustaría contarle mis cosas, charlar con ella como cuando éramos chicos. Y no está—se le llenaron de lágrimas los ojos—pero hay que caer en la cuenta, Gabriel, que ninguno de nosotros tiene la culpa de nada. La vida debe continuar. Como lo están haciendo nuestros padres. Y tú debes dejar de hacerle preguntas... mejor dicho, debes dejar de fastidiar a mi nueva paciente. Esas preguntitas házselas después, en un momento más apropiado—se puso de pie.
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Gabriel Corazón. L1 de la Bilogía: El ángel de mis sueños
RomantiekMaría, fue abandonada por su madre en un orfanato, cuando solo era una bebé. Y a sus doce años escapó. Dispuesta a buscarla y pedirle explicaciones. Ahora con veintidós años, conoce todas las drogas que pueden existir y vive entre la inmundicia que...