82.- A 500 kilómetros.

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ALBA

No tenía ni idea de qué estaba pasando, mi teniente, la que parecía tener pánico al contacto físico bajo las miradas del personal de la academia, me acababa de besar delante de todas mis compañeras y de la brigada Noemí, con todo lo que aquello podía suponer, pero es que no contenta con eso, me había dicho que me quería, bajo los gritos y aplausos de mis compañeras.

Entré en trance de inmediato, quería salir corriendo de allí, pero tenía la sensación de que mis piernas se habían anclado al suelo y no era capaz de mover un pie.

- Alba, reacciona que nos está mirando todo el mundo.

La miré a los ojos, sentí sus dedos acariciar mis mejillas y reaccioné.

- Sí, claro, ya voy, ya voy, es que... sí, a sus órdenes mi teniente. Me pongo en la fila, a sus órdenes.

Todas estallaron en risas mientras yo volví a mi sitio en la formación mirando a Ana que estaba desternillada, secándose las lágrimas que le estaban generando mi shock.

- ¿Te has asustado un pelín? - Preguntó con sorna.

- ¡Cállate ya!- respondí dándole un manotazo en el brazo.

La brigada terminó de nombrar los destinos del resto de mis compañeras, y abracé a Ana cuando le confirmaron que se iba destinada a Alicante, ahora nos tocaba separarnos, pero ya habíamos hablado que iba a pedir Madrid para estar cerca de Natalia y ella había sido la primera que me había apoyado y animado a hacerlo.

Ahora que cada una iba tomar su camino después de todos estos años juntas, sentí una punzada de tristeza, ella había sido mi principal apoyo en estos años y ahora la dejaba atrás, sin ningún tipo de miramiento.

Me consolaba el hecho de pensar que estaba conociendo a Olivia y que seguramente aquello le saliera bien. Solo esperaba tener esa misma suerte y no tener que volver a Elche con el rabo entre las piernas.

Durante todo el tiempo que estuvimos formadas, Natalia no dejó de mirarme ni un segundo, sonreía sin parar, y a mi empezaba a asustarme que no cambiase el gesto, porque no estaba acostumbrada a ver sus dientes durante tanto tiempo.

Cuando ordenó romper filas, me fui a nuestra habitación, todavía flipada por lo que acababa de ocurrir y temerosa también, por si Natalia asimilaba lo que acababa de hacer y salía por patas.

Estaba sentada en la cama, hablando con Ana de lo que había ocurrido, y de como me sentía, cuando llamaron a la puerta.

Natalia asomó la cabeza con timidez.

- ¿Se puede?

- Claro, pasa, - respondió Ana poniéndose de pie.

- Ana, te he dicho un montón de veces que cuando estemos solas no tienes que hacer estas cosas.

- Perdona, Natalia, es la inercia.

- Bueno, no pasa nada, venía a invitaros a comer a casa, para celebrar vuestros destinos. ¿Qué me decís?

Ana me miró, yo quería aceptar, y que ella también aceptase, pero estaba claro que no lo iba a hacer, al menos, no en ese momento.

- Muchísimas gracias por el ofrecimiento, te prometo que en otra ocasión voy a comer con vosotras, pero hoy no va a ser ese día. Tenéis mucho de lo que hablar, por ejemplo de cómo se te ha ido la olla ahí fuera... Te juro que en la vida me hubiera imaginado que ibas a hacer algo así.

Me eché a reír al ver como Natalia se ruborizaba.

- Bueno, ya sabes - respondió colocándose la coleta con nerviosismo - esta tía me saca de quicio, pero me impulsa a hacer cosas que jamás creí que sería capaz de hacer.

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