Capitulo 29: ¿Qué hacer?

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No puede dormir más. Aunque ya lleva varios días en casa, aún son muchas las ideas que circulan por su cabeza intentando compensar los días que ha estado ingresado. Ahora que no siente como algo le une de su brazo a la cama, se siente libre, incluso mayor. Por eso, no le tiemblan las piernas al bajar de la cama. A pesar de tener que luchar con el temor de tener que enfrentarse al coco en la oscuridad de su habitación, aunque si apareciera, está convencido que Dino le ayudará, como le ayudó cuando su papá le tuvo que dejar solo con esos médicos.

Tampoco quiere tentar a la suerte, así que no busca sus zapatillas y se escabulle rápido caminando descalzo hacia la habitación de su madre. Dispuesto a colarse entre sus sábanas y apoyarse en su pecho como hace tantos sábados, a pesar de ser hoy un día entre semana. Pero aún tiene un día más sin cole y confía en que su mamá no se negará a unos minutos de mimos y cosquis.

Su sorpresa llega, cuando al entrar en el dormitorio lo ve impoluto, sin rastro de su mamá. Temiendo estar aún en sueños, frota sus ojos con los puños deshaciéndose de las legañas que le impiden abrirlos por completo. Pero no surte el efecto que deseaba y su mamá sigue sin estar ahí. El miedo empieza a invadir su cuerpo y el labio inferior empieza a temblarle

- ¿Mami?- pregunta con la voz ahogada abrazándose muy fuerte a Dino

Teme moverse del sitio por si verdaderamente está solo y no puede evitar pisarse a sí mismo como símbolo de nerviosismo, mientras mira hacia todas las direcciones en busca del rostro de Aitana. Por su cabeza no pasa la posibilidad de buscar refugio en Laia o incluso su padre. Y no es que ellos no le den la seguridad que necesita, sino que la ausencia de su madre es algo que no esperaba y le asusta. Una ausencia que no es real, pues solo separan sus cuerpos unos metros. Exactamente los que separan el dormitorio de Aitana del que provisionalmente es de Luis.

Retuerce su cuerpo ligeramente al sentir frío, ya que aún mantiene gran parte de su piel expuesta a la intemperie. Cierta desorientación la invade, cuando empieza a reconocer el entorno en el que despierta y no puede evitar curvar sus labios ligeramente ante el recuerdo de lo que la noche anterior ha sucedido.

Sonrisa que disimula al girar su cuerpo para encontrarse frente a frente con el gallego. Su sorpresa llega y ese intento de disimulo desaparece, cuando observa que no hay nadie al otro lado de la cama. Incrédula, palpa cada puntada de esas sábanas esperando encontrar a Luis, esperando al menos localizar una pista de su ausencia. Su minúscula investigación no llega a nada, solo la hace viajar años atrás. Cuando como hoy, amanecía sola y desnuda. No puede evitar sentir asco, asco de sí misma, de él y hasta de las sábanas que la cubren, las cuales aparta con desesperación empezándose a cubrir su iris con el velo de sus lágrimas.

Se arropa a sí misma abrazándose a sus rodillas culpándose por recaer en viejos errores, por dejarse llevar sin medir las consecuencias, por creer de verdad que no habría más ausencias, por pensar que de verdad la quería más que a su vida y que eso solo, simplemente valía, que eso era suficiente.

Y no es la única que está aterrorizada en esos momentos y tampoco la única que lo está en esa casa. Porque el miedo es inherente al ser humano y por eso, el que también está sintiendo miedo es Martín. Y por más que ha usado todos los trucos que le han enseñado para enfrentarse a ello, a veces la única manera de liberarse del miedo es atreverse a sentirlo. Por eso, llora, llora con fuerza derramando en cada lágrima un poquito del amor por su madre, esa que ahora no aparece.

Y es el llanto del pequeño el que la activa por completo rompiendo su propio sufrimiento, despertando sus señales de alarma. Instalando en su pecho un miedo muy diferente, pero quizás mayor. Porque si algo le da más miedo que el sufrimiento propio, es que algo le pueda pasar a su hijo.

SaudadeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora